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El amanecer es la hora en la que nada respira, la hora del silencio: todo está quieto, sólo se mueve la luz.

 

Con esta frase de Leonora Carrington, reflexiono sobre la lectura de El citatorio Real. Un cuento capaz de desdoblarse y salirse del libro mismo para internarse en quien le ha leído.

Adentrarse por los relatos de Leonora es ir oscilando entre la inocencia típica de la infancia y el tinte macabro de la fantasía. La narración poética describe lo cotidiano entremezclándose con el surrealismo, sin añadirle más de lo necesario.

Estamos frente a una niña / adolescente a quien se le indica que debe matar a una reina. Un destino solamente comparable con el de las infancias en los barrios marginales plagados por las pandillas que cazan miembros cada vez más jóvenes para sumarlos a sus filas.

Por momentos, pareciera estar frente a una versión alterna a Alicia a través del espejo de Lewis Carroll. La niña de Leonora también es una pequeña que sale al encuentro de una reina que, ciertamente, ha perdido la cabeza y, además, ha osado a perder una partida de damas.

La encargada de impartir este castigo será una niña, pues los adultos no tienen el valor de cometer el crimen. En cambio, ella sí es capaz de cumplir con esta misión y taraear una canción infantil al mismo tiempo.

«Hay que estar loco, definitivamente, como vos, Moya, 
para creer que se puede cambiar algo en este país, 
para creer que a la gente le interesa cambiar algo».
El Asco: Thomas Bernhard en San Salvador
de Horacio Castellanos Moya

¿Has sentido que hay momentos en los que se agotan las fuerzas para permanecer? Volteas a ver a tu alrededor y todo parece tan distante, tan impersonal. Te cansas de buscar el encanto y de justificar las razones para llegar puntual al trabajo. Optas por dejar de leer el periódico para intentar convencerte de que todos los esfuerzos valen la pena. Hay días como el del viernes 29 de agosto en el que ese desencanto amanece más intenso. No sé si fue coincidencia haber empezado a leer la novela El Asco (1997) escrita por Horacio Castellanos Moya, justo después de haber atravesado el día con ese malestar, pero mis cuestionamientos encontraron eco en esta lectura.

Hoy es 12 de septiembre y el fervor patrio insiste en congestionar el tránsito al ritmo de las antorchas que empiezan a recorrer Guatemala. Hace un año sentí ganas de llorar al observar a los estudiantes corriendo por las calles. Tan inocentes, tan cansados, tan corriendo con el corazón en la boca y la noción de patria sin terminar de construirse en su imaginario. Creo que este 2014 no tengo mucha cabeza para reflexionar en el tema y solo quiero decir que para mí es más patriótico cuestionar esos valores y no correr sin ton ni razón por la ciudad. Ando con unas ganas desilusionadas de largarme y a la vez reflexiono sobre la permanencia y el exilio.

Regreso entonces a El Asco y sin querer, me contagio del desgano plasmado en cada una de las páginas. Las estampas que retrata bien podrían ser tan guatemaltecas como salvadoreñas. El protagonista es Edgardo Vega, quien se reunió con Moya en el bar La Lumbre para decirle todo lo que piensa acerca de la inmundicia que encontró al retornar a su país y comprobar que el contexto no ha mejorado. Vega regresa a San Salvador después de vivir dieciocho años en Montreal para enterrar a su madre y ver a su antigua patria desde la perspectiva de la distancia, el cinismo y el desencanto.


Al igual que Vega, cuando asegura que le parecía cruel e inhumano que habiendo tantos lugares en el planeta, a él le hubiera tocado nacer en ese sitio, yo ya había dedicado algunos minutos a ese mismo razonamiento. Lo pensé un viernes por la mañana cuando sostenía una taza de café entre mis manos y observaba los edificios cercanos a la oficina. Trataba de encontrarle alguna explicación a la manera en la que el designio divino conspiró para que nos tocara venir a nacer en el trópico alucinado. En el micropaís donde se sobrevive a cada segundo.


En las páginas también se percibe un
duro cuestionamiento del autor hacia la construcción de la nacionalidad y todos
los elementos que se integran para formar la identidad salvadoreña. Uno de los
señalamientos más recurrentes es la ferviente y ciega devoción con la que
defienden la cerveza Pilsener, la cual es considerada por sus connacionales
como la mejor bebida del mundo. Los símbolos gastronómicos
también son criticados y es que ¿acaso nuestra nacionalidad se queda nada más en defender un litro de Gallo, Cabro o Pílsener? ¿Tostadas, rellenitos, tamales?
El señalamiento no se queda en la superficie, pues
poco a poco el autor va profundizando en aspectos relacionados con la
ideología, la educación y la inseguridad en el país. Debido a la similitud de
ambos países, es inevitable avanzar en la lectura sin empezar a contagiarse de
esa vomitiva repulsión que predomina en cada página.

Así que ahí estaba yo: leyendo El Asco y devorando cada palabra con la misma repulsión que sentía Vega, hasta que llegué a la parte en la que el personaje se voltea hacia su interlocutor para echarle en cara su ingenuidad. Le pedía que no perdiera el tiempo porque resulta imposible que su país produzca escritores de calidad. Sobre todo en un lugar donde a nadie le interesa la literatura, el arte o cualquier manifestación creativa. Es una dura pedrada que viene de parte de alguien que reniega de su identidad hasta el punto de tramitar un pasaporte diferente y cambiarse de nombre. Toda su nueva idiosincrasia está construida alrededor de Thomas Bernhard, un nombre que tomó de un escritor austriaco al que admira.


Puedo sentir la horma apretada de los zapatos del que decide apagar el televisor y dejar todo para irse a otro país. Las dos caras de la moneda traen consigo cierta dificultad porque por un lado está el destierro voluntario y la nostalgia pero en la otra esquina está la lucha de quienes permanecen entre la debacle y se aferran a una mínima esperanza. Una persistencia que ante los ojos de Vega se transforma en locura:

“Hay que estar loco, definitivamente, como vos, Moya, para creer que se puede cambiar algo en este país, para creer que a la gente le interesa cambiar algo. Todo es una alucinación, Moya, enténdelo, la gente que piensa por cuenta propia, la gente interesada en el conocimiento, la gente dedicada a las ciencias y las artes, debe largarse lo más rápidamente de este país: aquí te vas a pudrir”. (Castellanos Moya 2007: p. 80)


En este punto me hubiera gustado interrumpir a Vega porque está a punto de darme con el dedo en la yaga. Pienso en la forma con la que podría responderle y viene a mi mente el poema de Maurice Echeverría Aquí está el milagro, que podría ser una especie de manifiesto para
los que eligen quedarse o no pueden largarse: 

Me pude haber ido
de este país,
escribir
en otra parte,
pero,
como yo lo veo,
la dignidad
estaba en quedarse
de pie
en este cráneo inacabable,
en este liso espanto,
larga canícula
de espinas.

Aquí es.
Aquí está el milagro…
Hay un conflicto interno que crece cada vez más porque aunque sienta estas ganas desesperadas de irme corriendo a abrazar a mi amigo en otro país, también siento los lazos que me unen a Guatemala. Vega es un autoexiliado que prefirió largarse. Tramitó un pasaporte canadiense para construir alrededor de
ese documento una nueva identidad que lo rescatara del trópico salvaje. De ahí
que pierda aún más la cordura cuando creyó que estaba a punto de quedarse
varado en su pesadilla al perder el documento: “El terror se apodero de mí,
Moya, el terror puro y estremecedor: me vi atrapado en esta ciudad para
siempre, sin poder regresar a Montreal, me vi de nuevo convertido en un
salvadoreño que no tiene otra opción de vegetar en esta inmundicia” (Castellanos Moya 2007:p. 120).
La desesperación se patentó en su rostro y obligó a
su hermano a que lo ayudara a buscar ese pedacito de tierra canadiense que lo
salvaría de la decepción, la inseguridad, la incoherencia ideológica y el
atraso que significaba El Salvador para él. A todos nos gustaría tener
ese salvavidas que nos rescate del caos de ciudad que nos heredó la historia.
Sin embargo, no todos tenemos la oportunidad de reinventarnos y negar nuestras
raíces, que al final resulta más cobarde que el permanecer al pie del cañón o
asumir el exilio desde una actitud distinta. Reconocerse en el otro pero sin
anular la identidad original.

Ahora mi asco se va transformando en un poco de empatía y lástima por ese personaje 
delirante que vive en un mundo construido sobre ilusiones. Pienso en asumir mi patria. Vivir con ella y llevarla conmigo si en algún momento parto hacia otra frontera. Más allá de celebraciones torpes y alcoholizadas, se necesita un terremoto simbólico que nos cuestione el fundamento de nuestra nación y nos lleve a reflexionar sobre la identidad. Urge sanar heridas históricas en este fragmento de tierra donde se sobrevive cada día y donde una enorme mancha gris empieza a colocarse sobre los muchachos que corren ilusionados detrás de una antorcha. Las banderas luchan por hondear libres al viento y ruge la lluvia que está a punto de derrumbarse sobre nosotros.

*Esta es una adaptación de un ensayo que acabo de entregar como parte del Seminario sobre literatura de América Central. 

* Foto de Prensa Libre

«El sol, su calor. ¿Acaso eres humano?» — Esto es lo que piensa Septimus antes de lanzarse al vacío, en la novela Señora Dalloway de Virginia Woolf. Todavía sigo pensando en la carrera de su esposa Rezia para detenerlo, todo pasó tan rápido y cuando reaccioné, ya era muy tarde. No pude hacer nada más que bajar el libro y observar a los carros que pasaban por la avenida. Quizá si alejaba el libro por un momento, podría retrasar lo inevitable. El viento soplaba suavemente a la hora de almuerzo.
Todos en la cafetería conversaban sin mostrar mayor preocupación en sus rostros. Así son las tragedias, nadie más que los implicados son quienes las lloran. Me costó reponerme y regresar a la oficina. Por la tarde, el sol se escondió como siempre, le tomé la foto y maneje el carro pensando en Rezia y Septimus. Los minutos previos parecían tan perfectos. Ella cosía un sombrero para vendérselo a una señora y él hacía bromas al respecto. De esas bromas tan íntimas que solo los esposos pueden comprender. Ella fue feliz de nuevo pero todo cambió de forma drástica en pocos segundos.(Colección de soledades)

Pd. No he terminado la lectura, por favor no me la cuenten.

«El porvenir se nutre de fuegos temerarios»
Isabel de los Ángeles Ruano
Quizá el mundo podría acabarse en la arena naranja. 
Pasa a
mi lado una bolsa plástica blanca y a lo lejos observo una envoltura de
tortrix. 

Flotamos junto a la basura. 
Esta
playa está sucia, sucia de nosotros en esta arena negra que se impregna en mis
dedos.

Un niño se enreda
entre mis piernas. 

El fuego recorre la
espuma. 

Esta es
una pequeña soledad. 

El mar se quiebra en destellos fugaces. 
Solo quedan cenizas volcánicas. 
Aterrizan los cometas. 
Las olas son cada vez
más violentas. 

Golpean mi espalda, me empujan de regreso hacia la orilla. 
Los reflejos se los lleva el mar. 
Rueda una pelota que baila traviesa entre las olas. 
Me rindo
ante el cielo partido. 

Tanta inmensidad no cabe en mi
cabeza. 

El sol se quiebra en la arena. 
Astillas doradas dispersas en la espuma
de fuego.

Foto: Andrés Asturias, de la serie Arena Negra.

El futuro se nos atrasó

La mañana queda perdida en la carretera
Las nubes se escurren entre los dedos.
Cortan el volcán a su antojo impulsadas por el viento de septiembre.

Foto: Ilustración en Pinterest


Un verdadero artista responde cada noche a su vocación cuando durante el día se ve obligado a trabajar para sobrevivir. Lo demás son pretextos. Eso aprendí durante la entrevista/conversación con Javier Payeras.  Una de esas charlas que te alimentan e inspiran. El artículo y las fotos fueron publicadas en la revista Avant, en febrero de 2013. Se las comparto a continuación.

«Hay días en los que el mundo se viene encima y las tragedias se cuentan por decenas. Los periódicos son el registro del desencanto. Las ganas de salir corriendo aumentan mientras que la confianza se agota. Justo cuando todo parece irse a pique, hay quienes escogen por apostarle a un estilo de vida menos derrotista. Ese es el caso de Javier Payeras, quien ha optado por pelear contra el desaliento. El campo de batalla se libra desde la literatura y la gestión cultural. Quizá para la mayoría de personas, esa lucha parezca ser una causa inútil. 
Pero también se vale creer que la esperanza es lo último que se pierde. Durante una entrevista en un café ubicado a las inmediaciones del Centro Histórico, Payeras prefiere aferrarse a la posibilidad de ser un tragaluz en esta cotidianidad capitalina al citar a Woody Allen y creer que no todo el mundo se corrompe, pues hay que tenerle fe a la humanidad».



Son las nueve de la mañana y voy camino al trabajo. Pasé por algunas cuadras en las que las bandas escolares desfilaban muy emocionadas al ritmo marcado por las batonistas y sus dirigentes. Luego avancé hacia el Obelisco y por aquí he estado desde hace algunos minutos. La cola no se mueve y del otro lado del bulevar pasan varios jóvenes corriendo detrás de antorchas que llevan el fuego patrio. Reconozco que me dan ganas de llorar al verlos correr con tanto entusiasmo. Ahí van con el amor patrio quemándose en segundos. Pasan como pequeñas estelas de ilusión con destino a cualquier pueblo de Guatemala.

La cola continúa avanzando y detecto a algunos adultos que también van corriendo con su antorcha. Posibles oficinistas que tuvieron un día sin rutina al apuntarse en la caravana de la antorcha. Los gorgoritos se multiplican y se diluyen entre las bocinas de los conductores que vamos tarde a la oficina.

Mi pensamiento regresa a los jóvenes que van corriendo por las carreteras del país. Probablemente no tengan mayor espíritu cívico y en algunos años deberán toparse con la realidad laboral de Guatemala. Comprenderán por qué es que el dinero no alcanza en casa y de seguro evitarán involucrarse en proyectos cívicos democráticos. Cada cuatro años votarán por los mismos políticos de siempre; los más populistas o los que mejor propaganda realicen en la cuadra. Muchos de ellos serán de esos que se rigen por la cultura del «vivo» y no respetan a los demás al doblar las leyes a su antojo. Quizá compren cosas robadas porque les sale más barato. No estarán acostumbrados a leer y muy pocos ganarán el examen de admisión en la universidad. 

La sombra de la realidad me conmovió aun más. Demasiada ternura junta en un puñado de muchachos que van corriendo detrás de una antorcha bajo la lluvia. Sí, ya empezó a llover y la cola no se mueve. Demasiado querer soñar con que todavía es posible hacer algo y que los extremos fatalistas no nos llevan a ningún lado. ¿Y qué pasa con los adultos que ahora van con su respectivo fuego patrio? Será que ellos sí son ciudadanos Clase A y no se dejan llevar por las excusas de la «hora chapina», evitan colarse en el tránsito sin pedir vía y no piensan en saltarse alguna que otra ley para obtener un beneficio.

Trato de no enojarme mientras estoy estancada. Al fin y al cabo, vivo en un país con este tipo de tradiciones y yo escojo cómo quiero pasar mi día. Contengo las lágrimas y trato de soñar con que estos muchachos son la esperanza. Que la educación que están recibiendo va a ser la adecuada. Que los guatemaltecos podemos involucrarnos y hacer bien nuestro trabajo. Que el amor a nuestro país no solo se traduce en correr con la antorcha o memorizar el himno nacional. Que la hora chapina será solo un mito. Que ningún conductor se las llevará de listo y se colará más adelante, ocasionando más congestionamiento por su abusivez. Que podré llegar al semáforo sin miedo a los motoristas, a ser asaltada o a no regresar a casa. Que las cifras de violencia disminuirán y los diputados trabajarán. 

Regreso a mi realidad. Lo que sí puedo hacer es llegar a tiempo a mi trabajo y mandar los documentos que debo concluir hoy para que se impriman las revistas. Cumplir con mi trabajo e incidir en el metro cuadrado. Me alejo del Obelisco y llego al parqueo. Los gorgoritos son un murmullo y las bocinas se escuchan a lo lejos. Ahora me esconderé en un cubículo y esperaré que por la tarde el regreso a casa no sea tan pesado.




Foto: Siglo 21

Stranger 13/100

Una inauguración de una exposición es un universo de personalidades que contrastan entre sí y que, de alguna manera, cumplen con ciertos patrones comunes en cada evento. Llegué a Del Arte al Niño para ver las obras que se expusieron y también para darle cobertura al evento junto a Jorge, el fotógrafo de la revista. Íbamos caminando para el elevador y nos topamos con un grupo de jóvenes que, a juzgar por su apariencia, podrían ser estudiantes de arte o cualquier otra carrera humanística. Entre ellos iba nuestra Extraña 13 quien llamaría mi atención más adelante.

Desde hace unas semanas alguien me preguntó por el proyecto de los 100 extraños y eso me hizo reflexionar en las razones por las que no seguí tomando los retratos. No tengo excusas y eso era lo que le estaba comentando a Jorge después de haber terminado nuestra cobertura. Debido a que había dejado mi cámara en el carro, él me prestó la suya para no quedarme con las ganas de tomar una foto. Vi alrededor y justo enfrente estaba ella platicando con sus amigos.

Me acerqué y les expliqué sobre el proyecto y otras cosas que no vienen al caso. Este es el resultado de la mini sesión que improvisamos en el lobby de Zona Pradera. Lamentablemente olvidé escribir su nombre pero quizás eso le da más misticismo al retrato. Me llamó la atención por su actitud y su look. Es una chica muy dulce y espontánea que salió corriendo minutos después para ir a un after de la expo junto a su grupo de amigos.

Esta foto forma parte del proyecto 100 Strangers: www.flickr.com/groups/100strangers/

Galería en Flickr: http://www.flickr.com/photos/66820999@N08/sets/72157629238432909/

Otros extraños: http://lucialeongt.blogspot.com/2012/11/extrana-02-olga-la-lectora-triste-en-la.html
http://lucialeongt.blogspot.com/2012/12/extrano-05-emanuel-el-vendedor.html
http://lucialeongt.blogspot.com/2013/01/cata-la-chica-que-queria-cruzar-la.html


¿Quién dijo miedo? Este pasatiempo no es apto para cardíacos ni para los temerosos de las alturas. Desplazarse a través de cables de acero es algo que se dice fácil, pero que requiere valor para dar el paso y avanzar hacia el vacío. Bastan  unos segundos para respirar profundo, colocarse en la posición adecuada e impulsar el cuerpo para llegar al otro extremo del tiro. Trata de no cerrar los ojos para no perderte ni un detalle del paseo, pues la emoción solo dura unos segundos. Si pestañeas en el camino, perdiste.

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de practicar este deporte extremo y no me arrepiento. Debo confesar que sentí un poco de miedo porque recordaba mi anterior experiencia en Puenting y no fue muy agradable. Pero ambos deportes son diametralmente distintos entre sí.

Un tour de canopy es un paseo extremo por los árboles de un bosque o selva, mediante puentes colgantes, tirolesas, escalerillas y numerosas instalaciones que hacen de estos paseos una forma divertida, emocionante y segura de convivir con la naturaleza. También se le conoce como Tirolesa y está compuesta por una cuerda o cable de tensión en el que las personas se desplazan por medio de una polea. Los usuarios están sujetos a un arnés de cintura. 

El puenting, en cambio, es un salto al vacío que ahora lo comparo con un suicidio o estar cerca a esos instantes. No me malentiendan, si hay algún lector que ame el puenting, está bien. Pero para mi, los segundos posteriores al salto y en los que la cuerda no te jala fueron eternos. Mi mente me engañó. Parecía que me acababa de tirar a la nada y ya no había vuelta atrás, ni nadie que me detuviera. 


Justo cuando estaba arrepentidisima por haberme tirado, la cuerda dijo presente y ahora solo quedaba columpiarme de forma parabólica sobre la copa de los árboles que están en el barranco bajo el puente La Asunción, zona 5. Así fue en mi caso. Esta última parte fue la única que gocé pero llegué a la conclusión de que no vale la pena cuando el instinto de supervivencia ni te permite tirarte. A mi me debieron empujar. Me engañaron porque no me dejaron llegar al 3, sino que me aventaron cuando apenas iban por el 2. El aire se me atragantó en la garganta y no podía gritar ni nada. Más adelante, meditando sobre la experiencia, pedí perdón por haberme puesto en una situación como esa.

Pero regresando al Canopy, quiero añadir en este breve post que recomiendo la experiencia cuando se realiza en lugares con una infraestructura segura. La vida es un don tan chilero que no vale la pena andarla arriesgando solo porque sí. Los vídeos son del canopy que recién inauguraron en las instalaciones de Santo Domingo del Cerro. En Circo del aire hay dos circuitos. El corto se conforma por ocho tiros y el largo consta de 12 lanzamientos. Al final del viaje me entregaron un arbolito para que sembrarlo en casa o donarlo a Hotel Casa Santo Domingo para reforestar áreas verdes. Yo me lo llevé a casa.


Los horarios son de martes a domingo, de 9 a 16 horas. Por si se lo preguntan, las tarifas van desde US$25 en el recorrido corto y U$S35 por el de 12 tiros.
Ahora bien, si son demasiado quisquillosos, pueden preguntarle a los dueños si su establecimiento sigue la normativa técnica (188-002). De acuerdo con la Asociación de Canopy de Guatemala, esta norma es importante para regular su funcionamiento, mantenimiento y operatividad. 


En nuestro país hay varias opciones para practicarlo. Si no quieres irte muy lejos, puedes probar en Cayalá, zona 16, o en Xpark, zona 13. En Antigua Guatemala puedes encontrar la adrenalina en Finca Filadelfia. El Parque Nacional Calderas, a pocos minutos de las faldas del volcán Pacaya, también es una buena opción para hacer un poco de turismo interno.



Recuerda vestir ropa cómoda con un pantalón corto o largo, una camiseta, zapatos deportivos. Evita los tacones y el calzado que pueda salir volando por los aires. En época de lluvias utiliza una capa impermeable. Porta contigo una bolsa para la cámara, una mochila pequeña o una bolsa canguro para que puedas usar tus manos en todo momento. Lleva el pelo recogido para que no se enrede cuando estés practicando el Canopy.



El primer vídeo del post fue grabado por Nelo (¡Gracias!) y este otro lo tomé yo con una aplicación del celular.









Vagamos unidos al cielo con una hebra escondida
.
Nos esforzamos en escapar de la turbulencia del silencio


Buscamos el fragmento de eternidad prometido


Ese que ofrecieron cuando nos enviaron a esta parte olvidada del mapa.



Jalamos del hilo para llamar su atención, sin comprender que aquí nadie muere. 

Que en la revolución silenciosa es donde nos sorprende.


Que fuimos hechos para el infinito.





Observando el cosmos verás, cariño, que todos tenemos un autor.

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