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Cuentos


 “porque
cualquiera sabe que es triste inmensamente existir sin amor”
Mario
Payeras.
Era
una tarde de noviembre como cualquier otra, en la que los barriletes suelen
desafiar al viento para averiguar hasta dónde pueden llegar. El juguete llamó
la atención de Sara justo cuando estuvo a punto de quedar atrapado entre las
ramas que se reflejaban en la ventana del carro negro.  Mientras observaba la manera en la que esa
silueta bailaba con gracia y se alejaba cada vez más del lugar de donde ella
estaba, Sara recordó el poema de Mario Payeras que su tío recitaba los domingos
por la tarde cuando caminaban hacia la tienda del barrio. Tras recitar los
versos en su mente, cayó en la cuenta que ella no había conocido a ningún amor que le dijera barrilete
o que la comparara con el alma bulliciosa de los pájaros que estallan por la
tarde. Lo suyo había sido una monótona colección de sinsabores que intentaba
cubrir con el rubor comprado hace un par de horas en la tienda.

Cuando
Sara tenía cinco años empezó a imitar los gestos que su madre realizaba frente
al espejo. Ambas se sumergían en el ritual del maquillaje y experimentaban con
las tonalidades de moda para alcanzar la perfección en los trazos. No era de
señoritas lucir descuidada, por lo que el ritual quedó grabado en la rutina de
Sara e incluso se convirtió en una táctica dilatoria para hacer esperar a los
príncipes azules que llegaban a la puerta. Uno de esos candidatos fue Julio,
quien llegó a su vida, como en capítulo de telenovela, para detener el tiempo y
regalarle el universo completo cada vez que se besaban.

Conforme
fue pasando el tiempo, algo de su matrimonio hacía eco con aquellas tardes en
las que Sara coincidía con su mamá frente al televisor para tomar una taza de
café con pan. Solían criticar a las protagonistas e incluso le reclamaban a las
que no lograban abandonar a esos novios abusadores. Sara dejó de ver las
telenovelas cuando Julio la regañó y le dijo que ese era un pasatiempo para
mujeres ignorantes. Tomó el control remoto y escogió cualquier película de
acción, que se le presentó en el camino del zapping.

Julio
era el hombre ideal, guapo y responsable que cualquiera podría desear, solía
pensar Sara mientras cepillaba su cabello frente al espejo. Por eso debía
esforzarse un poco más para quedar bien con él, en vez de equivocarse y
provocarlo. Poco a poco se le fueron agotando las excusas y aprendió a fingir
los orgasmos para que todo acabara más rápido. Se acostumbró a seguir la
corriente, mostrarle su teléfono celular cada día y decirle que sí a todo, con
tal de que se marchara a trabajar y poder quedarse sola en casa. Durante su
ausencia ella aprovechaba para ponerse al día con la telenovela o tejer algún
suéter para el bebé que venía en camino.

Su
única tarea, según le había dicho Julio, era cuidar a esa criatura que llegaría
para renovar su relación. Y Sara le creyó. Cada puntada la acercaba al momento
en que lo sostendrían en sus brazos. Los nuevos planes incluían una cena en la
que le anunciarían a todos que Sara estaba embarazada y tampoco podía quedar
fuera la redecoración para el heredero. Lejos estaba de imaginarse que aquel
lunes Julio iba a regresar más temprano y que, al llegar a la casa, la
encontraría viendo la telenovela en horario estelar. La desobediencia se paga
caro en esta casa, le diría después de propinarle algunos golpes por aquí y por
allá.

Sara
terminó de maquillarse e instintivamente acarició su vientre con la mano
derecha, tal y como solía hacerlo cuando estaba embarazada. El barrilete ya
solo era un punto violeta que se perdía entre los zanates que volaban antes de
que se acabara la tarde. Era el momento de bajar del carro y recibir el abrazo
de su hermana, quien la esperaba impacientemente desde hacía algunos minutos.
Sara recibió las muestras de pésame que, le salían al paso, mientras intentaba
abrirse camino para llegar hacia aquel nicho frío y gris, que los ramos le
salpicaban un poco de color.

Por
más que se escondiera, era  difícil
evitar ese abrazo maternal que se extendía para atraparla. Sara también lloraba
y lo hacía porque su mamá la estrujó con la fuerza necesaria para que recordara
dónde quedaban las heridas que Julio dejó en su cuerpo.

La
última vez que lo vio fue hace dos días. Pelearon como de costumbre y, tras
reclamarle por no haber sido capaz de mantener a salvo el embarazo, le dio un
último golpe y se fue de la casa. El periódico de ayer relató, con lujo de
detalles que el cuerpo de su esposo había sido encontrado en una cuneta y que
su automóvil estaba en manos de una banda de robacarros que opera del otro lado
de la ciudad.

Sin
embargo, Sara no experimentó sorpresa alguna cuando Julio no llegó a dormir
aquel lunes. Hasta se alegró cuando pudo adueñarse del control remoto para
quedarse un rato más en la cama y levantarse hasta que el hambre la obligara.
Ese día ya no tendría que preparar un desayuno extra
.
Lucía León
*La imagen fue tomada de: https://www.pinterest.com/pin/416301559276044106/

Tenía
unos colmillos tan blancos, que su brillo era capaz de deslumbrar la vista de
los presentes. Contrario a lo que pudieron haber pensado, este elefante no era
la imagen viva de la pesadez y la torpeza. Sobre sus robustas y pesadas patas
parecía descansar el ojo del universo. Se movía con gracia por la grama, tal y
como lo hace un equilibrista cuando quiere llegar al otro lado de la carpa.


Cuatro
niños, que estaban entretenidos jugando al fútbol, detuvieron su carrera al
escuchar que las ramas se quebraban bajo las patas de una masa gris que poco a
poco, comenzó a tomar forma frente a ellos. Avanzaba despacio. Si no se
hubieran entretenido en el aleteo de las orejas y en el péndulo que dibujaba
con su trompa, también habrían notado la delgada línea carmesí que fluía detrás
de su oreja. No pasaron muchos minutos antes de que cambiaran la pelota por la
cola del elefante, y hubieran sumado más de veintiún saltos, si su mamá no se
hubiera asomado por la ventana para vigilarlos.

Supusieron
que debió haber escapado de un circo ubicado en algún poblado próximo. El padre
sugirió encender la radio para escuchar si el noticiero matutino mencionaba la
fuga del elefante. La madre tomó su bolso y salió rumbo a la plaza para comprar
los periódicos del día y revisar la cartelera municipal. Quizá el dueño del
paquidermo ya había notado la ausencia del animal y las autoridades locales
montaron un operativo de búsqueda.

Marta
se acercó con disimulo a la plaza para escuchar si pescaba algún comentario que
volara despreocupado hacia su banca. Todo fue en vano. Ninguno tenía relación
con el mayor de los terrestres que hace poco estaba jugando a la cuerda con los
niños. Mientras tanto, su esposo recordó que este tipo de animales se alimenta
de vegetales, por lo que buscó en la cocina todas las opciones que pudieran
satisfacer el apetito del huésped.

Marta
regresó a casa sin ninguna novedad y, al preguntarle a Daniel si había
escuchado alguna noticia por la radio, ambos acariciaron la posibilidad de
adoptar al animal. Había algo de hermoso en la manera en la que sus hijos
jugaban con él. Míralo como se deja acariciar y hasta parece sonreír cuando el
jilguero revolotea cerca. El acuerdo fue tácito entre ambos. Mantendrían en
secreto esta visita por el tiempo que fuera necesario y no dejarían que nadie
perturbara este momento de inesperada felicidad.

El
elefante llevaba sobre su cabeza una piedra preciosa que encerraba el principio
y el fin de todo cuanto había sido creado. La familia que vivía en la última
casa del bulevar solo podía pensar en que el cielo debía haberlos bendecido y,
como cosa rara, el jilguero volvió a cantar aquella mañana. La identidad del
visitante dejó de ser un secreto cuando el más pequeño de los niños se tiró a
su pata derecha para abrazarlo y gritarle: -¡Gaja!-. No cabía la menor duda.
Ese era el nombre de aquel animal capaz de tejer nubes y soplar burbujas.
Ninguna
flor sobrevivió a sus pasos, que además, eran cada vez más lentos y
lastimeros. Tras observarlo con detenimiento, notaron heridas en su piel y
supusieron que debía haber participado en una gran pelea. Si escuchaban con
atención, era posible distinguir un suave quejido que se escapaba con cada
exhalación. Marta acariciaba el enorme vientre de Gaja mientras aplicaba una
compresa fría para detener su fiebre.

Pero
importaba poco que las margaritas ahora fueran una alfombra despenicada por el
suelo. Desde ese jardín se podía ejercer el dominio del mundo terreno y eso
había que celebrarlo. Marta fue a cambiarse el vestido de diario y raído por
uno de gala que tenía escondido en el último rincón de su armario. Decidió
recogerse el cabello para que sus labios rojos pudieran lucirse como no lo
habían hecho durante muchos años. Por su parte, el padre rescató el tacuche
heredado de su abuelo y se perfumó para ser el anfitrión de una cena que
parecía haber sido pactada desde años atrás. Los niños se sacudieron la tierra
que tenían prendida en las rodillas por tanto jugar y se vistieron con los
pantalones reservados para la misa dominical.

Mientras
tanto, Gaja se acomodó en el centro del jardín para observar las estrellas que
conseguían brillar a pesar de la luna llena. Después se entretuvo contando las
grietas en las paredes y cortando ramas de los aguacatales. Un grupo de
luciérnagas acordó quedarse durante unos momentos para observar a aquel animal
que con su trompa elevaba las ramas y las agitaba suavemente como si dirigiera
una plegaria. Cuando la familia regresó, se encontró con una hoguera que
escupía sombras en la pared.

Gaja
trajo consigo el comienzo y el fin de todo cuanto había sido creado. Cerca de él
todo parecía renovado y las fisuras en los muros de la casa parecían haber
desaparecido. Si tan solo fuera pudieran saborear un poco más de ese magnetismo.
Con tan solo estirar un poco su trompa, era capaz de alcanzar todas las
riquezas. Necesitaba recuperarse para ganar un poco más de energías y seguir su
camino.

Mientras
Daniel lo observaba jugando con los niños y provocando sonrisas en su esposa,
empezó a soñar con el secreto que Gaja guardaba en ese diamante. Si lograra ver
a través de él, seguramente sería capaz de desentrañar todos los misterios del
universo.  Pero no podía hacerlo solo. En
esta fiesta todos parecían estar del lado de Gaja y si atacaba en este momento,
únicamente recibiría el rechazo de su familia.

Tomó
una astilla que guardaba en una pequeña caja y con mucho cuidado se dirigió
hacia su esposa para abrazarla. Me picó una hormiga, pensó ella. Y le devolvió
el abrazo a su marido, quien aprovechó para susurrarle algo al oído. Ahora ella
también deseaba ver el mundo a través de ese diamante y empezó a odiar la idea
de despertar en una casa a punto de ser derrumbada por los acreedores. Esperó
hasta que la última chispa de la fogata se apagara. Las sombras se diluían
mientras los niños soñaban con un elefante que los columpiaba cada tarde. Gaja
se había quedado solo.  

Ningún
vecino hubiera podido creer que detrás de esos muros habitaba un elefante y
mucho menos habría sido capaz de identificar la casa donde hasta hace unas
horas vivía la familia más pobre del barrio. Gaja trajo consigo un resplandor
que pasó desapercibido durante el día pero que fue imposible de ignorar al caer
la noche.

Primero,
fueron los niños quienes corrieron colina abajo para descubrir cuál era aquel
objeto que brillaba más que la luna. La voz de alerta fue dada por las mujeres
del pueblo cuando encontraron las camas vacías y los hombres las siguieron
preocupados por las calles del pueblo. Sin haberse puesto de acuerdo, todos
descubrieron que detrás de esa puerta se escondía un elefante capaz de tejer
nubes y que custodiaba todo cuanto había sido creado.

Era
un brillo tan intenso e hipnótico, que todos querían probar un poco de la
belleza que irradiaba aquel animal, pues hechos como este solo podían confirmar
que debían ser los habitantes del pueblo más afortunado del mundo. Para cuando
Daniel y Marta regresaron al jardín, el secreto de Gaja ya no podía ser
guardado. Sus vecinos reclamaban ser parte del acontecimiento e incluso
sugirieron que interviniera el alcalde para coordinar los días que el elefante
podría permanecer en cada jardín. El caos iba cada vez en ascenso y, aunque
Daniel y Marta trataban de defender a aquel trozo de universo contenido en el
lomo del elefante, nada parecía surtir efecto.

Los
niños corrían alrededor de Gaja. Las mujeres soñaban con todas las joyas en las
que ese diamante podría convertirse y los hombres trataban de recordar si
alguna noticia informaba sobre la desaparición de un elefante. Fue hasta
después de la media noche que Marta logró convencer a sus vecinos de que lo
mejor era que cada quien regresara a su casa y que reanudarían el asunto el día
siguiente con la mediación del alcalde. Luego dejó que Daniel se adelantara a
la habitación y ella retomó las compresas frías para verificar si la fiebre
había cedido.

Gaja
se mostraba agotado. Una cosa es jugar a la cuerda con cuatro niños y otra muy
distinta es entretener a todo un pueblo. Quizá fue por eso que no reparó en que
Marta llevaba consigo un cuchillo debajo de la compresa fría. Tal vez pensó que
lo cuidaría, tal y como lo había hecho desde su llegada, y que él podría seguir
pagando esas atenciones con la prosperidad que transformaría a la familia.

Fue
como un pellizco. Marta no quería matarlo. Simplemente anhelaba ser la única
dueña del diamante. Quienes sobrevivieron a la explosión, cuentan que cuando
Marta intentó desprender la joya, el elefante despertó y su dolor fue tan
fuerte que el grito despertó a quienes vivían en los poblados aledaños. El
resto fue silencio. Luego brilló el cielo en el corazón del viento. Amanecieron
jacarandas y margaritas que nunca se marchitan.

Cuando
los viajeros pierden su camino atraídos por el canto del jilguero, los ancianos
suelen orientarlos para encontrar una nueva ruta que incluya la casa que alguna
vez fue la más afortunada del barrio. Sus ojos brillan al recordar esa misma
casa por donde caminó Gaja, el elefante capaz de hilar las nubes, soplar
burbujas y de custodiar el universo entero sobre su lomo. 


Por Lucía León

Imagen de Pinterest. http://sillierthansally.blogspot.com.au/2014/01/african-animal-art.html

Hace algunas semanas conversaba con mis padres sobre nuestra mascota y aquella ocasión en la que viajó con nosotros a Tamahú para visitar a la abuelita. Ellos no recordaban el año en que había sido ese viaje y, sinceramente, yo tampoco. Fue entonces cuando recordé que apunté ese dato en un viejo cuaderno, donde además anotaba todo lo que me pasaba. Dejé un momento el comedor para ir a consultar a mi cuarto uno de esos cuadernos y reencontrarme con un relato escrito en 1998. Fue así como destapé una caja de pandora que me llevó hacia el pasado.

Horas después, no pude evitar regresar hacia esa caja de cartón decorada con recortes de revistas para seguir leyendo los apuntes de una niña que soñaba mucho y se aburría bastante. Quiero dejar claro que antes de leer el diario, recordaba momento de mi infancia como alegres y entretenidos. Pero a lo mejor es la nostalgia la que le da ese toque. Creo que el primer diario que escribí lo empecé cuando estaba en tercero o segundo primaria. Eran páginas de colores en las que relataba lo que había jugado ese día en el colegio, las peleas con mis amigas o las batallas de mis hermanos en casa. Mi letra era demasiado grande y algo torpe.

Avancé hacia los siguientes cuadernos. Eran los de una niña a punto de entrar en la adolescencia y que empezaba a dibujar corazones con el nombre del niño que le gustaba. Casi puedo verla en su cuarto, en un suburbio de Villa Nueva, viendo televisión o demasiado aburrida porque en la colonia no había niñas de su edad. Escribiendo que no había pasado nada emocionante ese día o que había ido a ver Armageddon al cine con su papá y que la nueva refrigeradora había sido entregada. También fue el primer diario de oraciones. Eran sencillas pero sinceras. Demasiado inocentes y tiernas.

Pasaron los años y la adolescencia llegó con todo su apogeo. Los Backstreet Boys ya no eran el grupo favorito, pues quería ser diferente y escuchar algo más fuerte. La aguja apuntó hacia el rock nacional y bandas extranjeras como koRn, Tool, A Perfect Circle, Godsmack, Slipknot, entre muchas otras. Su vestuario empezó a ser más hippie y soñaba con una guitarra. No la dejaban ir a conciertos pero soñaba con que llegara el día en que pudiera hacerlo, tocar guitarra y subir al escenario con su propia banda y lucir un look hippie. Antes de los quince años, se la pasaba muy aburrida en su casa y pensaba que sus papás no la entendían. Ella ignoraba que sus papás sí la habían escuchado. Le regalaron algunos discos de sus nuevos cantantes favoritos (Viento en Contra, Enrique Bunbury, Malacates, etc). Para su cumpleaños 14 decidieron regalarle una guitarra y las aventuras de adolescencia en la colonia empezaron a ser más variadas cada día.

La lograron engañar, pues mamá sostenía que los gastos habían sido demasiado altos y que no era posible dársela. Lucía seguramente corrió a encerrarse de nuevo para escribir cuánto añoraba tocar guitarra, pero que cómo podría ser posible alcanzar esa meta si no le daban el instrumento. Llegó la fecha de su cumpleaños y ella vio una caja demasiado grande esperándola en la puerta. La abrió con mucha ilusión pero se encontró con una broma: Era una guitarra de juguete muy pequeña, de esas que se compran como recuerdo de Antigua Guatemala. Sus jóvenes padres tenían un gran sentido del humor y el verdadero regalo estaba escondido en el trabajo de mamá. La verdadera guitarra fue entregada en la medianoche de Navidad.
Ahora Lucía escribía lo emocionada que estaba con la guitarra. Su meta era tocar todas las canciones de rock nacional que pudiera aprenderse y, algún día, tener una banda. Dos años después lo logró. Participó en el Juventud de 2003 y 2004, representando a su colegio junto a la banda que armó con unas amigas. Y así siguió la historia.

Terminé de leer los diarios muy emocionada. Había una Lucía de la que no me recordaba. Que además de querer tocar guitarra, también se preguntaba que pasaría con su vida. ¿Se enamoraría alguna vez? ¿Sería feliz? ¿Tendría un carro? ¿Vería en vivo a sus bandas favoritas?  Hay muchas respuestas que sí puedo darle pero hay otras que todavía ignoro. Me di cuenta que quizá la traicioné un poco. Quizá crecí. Me dieron ganas de abrazarla, sonreír con ella y decirle que tenga más paciencia. Que todo estará bien. Con varios sobresaltos y sorpresas, pero también con muchas alegrías, amor y colores infinitos.

Escribí este post para poner aterrizar algunas ideas. No sé si alguien leerá esto pero quiero concluir con que es bueno ver hacia atrás y redescubrir nuestros sueños. Las negaciones y e incluso los miedos que nos acosan. Reconocí rasgos de mi personalidad que siempre han estado latentes e incluso me comprendí un poco más. Aprecié desde otra perspectiva todo lo que mis papás hicieron para hacerme sentir bien y educarme. Gracias a este reencuentro recordé que necesito tocar guitarra y que no está bien que la tenga empolvada en el rincón de mi cuarto. No quiero traicionar a Lucy de nuevo.

Acabo de retomar la escritura en un diario como parte de un ejercicio creativo. Quizá en otros diez años,
cuando lea los diarios de ahora, también vuelva a sorprenderme de la adulta joven que soy hoy. Les aconsejo escribir un diario y, si tienen hijos, animarlos a que lo hagan. Le leí algunos fragmentos a mis papás y hermanos y lo pasamos muy bien, pues desempolvamos travesuras y detalles de nuestra relación. Otra idea que apliqué hasta que cumplí 20 años, fue la de escribir cartas para mi misma, con un resumen de los puntos más importantes de cada año. Les dejo la espinita. 🙂

¿Se acuerdan de la escena de Reality Bites en la que Lelaina se muestra vulnerable frente a Troy y le confiesa su frustración por no haber podido llegar a ser ese ALGUIEN tan anhelado a los 23 años? Después de esa escena ambos se confiesan su amor y están a punto de vivir felices para siempre Si bien es cierto que esa película es considerada como el vivo retrato de la Generación X, debo confesar que siempre me sentí atraída hacia la cinta. Me gustaba ver a Troy, interpretado por Ethan Hawke, y me entretenía con sus diálogos filosóficos. Sin embargo, fue hasta el domingo por la tarde que realmente comprendí el significado del argumento e incluso me conmoví.

Cuando Lelaina, interpretada por Winona Ryder, emprendía la búsqueda de su destino y se empecinaba en grabar un documental sobre la vida de sus amigos, realmente lo hacía en un acto de rebeldía por documentar el testimonio de una generación. Pero su carrera parece que jamás emprenderá el vuelo y poco a poco aumenta su frustración. Las deudas aumentan y nada parece mejorar. Cuando vi la escena que les mencioné arriba, no pude evitar sentirme identificada porque justo en este momento estoy en la etapa culmen. Estoy próxima a graduarme y, aunque tengo un trabajo estable, hay muchas cosas de la vida que aún no descifro.

Ella tenía a los 23 años como meta para definir el éxito. Pero, ¿y nosotros? ¿Será que la tenemos a los 25, 30, 35, 40 años? Veo a mi alrededor y conozco a mucha gente que se gradúa de la universidad pero no encuentra un trabajo en el área para el que está calificada. Otros ya cuentan con la experiencia y tienen el trabajo pero deciden no estudiar porque consideran que el «cartón» ya no tiene la misma validez que hace algunas décadas.

Vivimos toda nuestra vida buscando el significado de la misma y esperando a que pase algo. Pero muchas veces no nos damos cuenta que sí está pasando algo en este momento. La vida transcurre y no tenemos que buscar muy lejos para encontrar aquello que nos haga felices. Todos los personajes muestran parte de esa búsqueda pero no cuentan con las herramientas necesarias. La única certeza para ellos es que no saben nada. No quieren ser parte del sistema consumista en el que viven, por lo que preferirían la anarquía y una rebeldía sin mayor orientación.

No creo que hable por todos cuando diga que a veces yo también me siento como Lelaina. Veo hacia atrás y me doy cuenta que, a diferencia de ella, tengo varias metas alcanzadas de las que puedo sentirme orgullosa. Algunos familiares me preguntan que para cuando la boda, que si pienso tener hijos o no. Pero hay algo más que todavía sigo buscando. Estoy en pleno cuarto del siglo de mi vida y no puedo evitar preguntarme: ¿Qué pasará ahora? ¿Cómo invertiré los siguientes años de mi vida? ¿Alcanzaré todas mis metas laborales y personales? ¿Serán las metas adecuadas o deberé rediseñar mi plan de vida? Y… No lo se.

Lo que sí se es que ya quiero que sea el 30 de abril para examinarme y poder cerrar la etapa de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación. Quiero graduarme para pasar a otra fase, que seguro me llevará por un nuevo sendero que aún no se ha definido. La otra certeza que se esboza en mi corazón es que podría pasarme mil años estudiando y alcanzando metas académicas pero nada de eso servirá si no veo el panorama de manera integral. El mismo enfoque se aplica a la parte laboral, pues no podemos pasarnos toda la vida alcanzando metas mecánicas en una empresa o escalando las gerencias solo porque sí. Al casarnos con nuestro trabajo dejamos de lado la vida personal y no atendemos nuestro ámbito espiritual.

Troy le dice a Lelaina que lo único que debe hacer  a los 23 años es ser ella misma. Y sí, tiene razón. Pero ser uno mismo no es nada sencillo. Para poder serlo primero debo saber quién soy yo. ¿Quién soy yo? ¿Quienes son ustedes? Una amiga en Facebook reconoció que a pesar de haber vivido X cantidad de años, aún no sabía quien era ella en verdad. No se conocía y no entendía por qué había que pasar tiempo con uno mismo, pues se supone que siempre pasamos tiempo con nosotros mismos. Menuda situación. ¿Y qué tal que pasen tantos años y en 25 años yo tampoco sepa quién soy? Encontrar esta respuesta es fundamental para pasar a las siguientes etapas de nuestra vida. Esto nos evitará saltar de relación en relación o de trabajo en trabajo. La otra parte viene después, cuando debamos tener la valentía de ejercer nuestra libertad con responsabilidad y decir sin miedo: Esta soy yo. ¿Y? (Pero creo que le dedicaré un post aparte a ese tema)

 También le agregaría al tema el vivir una vida llena de pasión con el adecuado conocimiento del talento personal. Ojo que no me refiero al sentido de las películas de Hollywood y que se relaciona con libertades enfocadas erróneamente. Hablo de la pasión y la alegría por vivir, trabajar y dar siempre lo mejor. Pasión que te haga madrugar para llegar temprano y culminar con éxito una labor. La pasión de sonreír con autenticidad y tener más paciencia…

Quizá la búsqueda fundamental no sea la de la felicidad, sino la de la paz interior. Si yo tengo paz, todo lo demás vendrá por añadidura. Sin embargo, no todo es color de rosa. ¿Qué les decimos a todos los recién graduados que no encuentran trabajo o que apenas y ganan lo suficiente para llegar a media quincena? No lo se. Ciertamente no está en nuestras manos transformar esa realidad. Lo que sí está en nuestras manos es estar más atentos a las necesidades del prójimo y solidarizarnos con quien esté a nuestro alrededor.

Leí en un libro que muchas veces la juventud siente estas ganas enormes de cambiar el mundo pero ese impulso se pierde porque no está bien encausado. En la mayoría de ocasiones los jóvenes quieren transformar el mundo de un solo golpe pero se topan con la cruda realidad y ya no cuentan con las herramientas. Crecen, se acomodan y se convierten en lo que siempre temieron. Entonces, el autor Juan Luis Lorda dice algo que me pareció clave. No podemos cambiar el mundo pero sí nuestro entorno. Es por eso que nuestras energías deben enfocarse en una meta específica que transformará la realidad. Ese propósito debe ser integral y libre de cualquier egoísmo.

Los verdaderos agentes de cambio salen de si mismos, pues tienen la suficiente sensibilidad de detectar la necesidad del prójimo y ejecutan los planes para mejorar su comunidad. Ellos saben que no pueden erradicar el hambre en todo el mundo y que la paz mundial es una meta muy difícil de alcanzar. Pero sí pueden darle alimento a un grupo de personas en extrema pobreza y fomentar la cultura de paz en nuevas generaciones.

¿Se han preguntado cuál es su misión en esta vida? ¿Cuál es su llamado o vocación? Yo todavía no tengo todas las respuestas. Cada hecho irá encaminado a la mejora de mi entorno. Pondré mi talento al servicio de la paz y la promoción de un mejor país. Tengo una cosquillita por emprender nuevos proyectos y estudiar la maestría. No he seleccionado cuál pero creo que habrá una que me llevará por el camino del emprendimiento.

Mientras descifro el resto de mi vida, aprovecharé el presente para construir un futuro sobre roca y no en arena movediza. De lo único que estoy completamente segura es que hay alguien que me acompañará en cada instante. Dios sabe todo antes de que suceda, pues su tiempo no se mide en las horas de nosotros. Si todos somos invitados a la santidad, por qué no buscarla en cualquiera que sea nuestra realidad. Buscarla y confiar. Sin temor a ser tachados o a que nos vean diferente. Mientras armo todo el rompecabezas, me esforzaré por repartir amor y caminaré al lado de Jesús. Confiaré en la ruta que se despliegue poco a poco frente a mí y, por qué no, cambiaré el mundo también.

Pd. La película abarca otras temáticas pero quise partir de esa búsqueda existencial y esbozar algunas interrogantes personales.

Llegaron de repente y sin aviso los surcos en el rostro. Las hebras plateadas enmarcan su mirada perdida. Los pasos apesadumbrados se abren camino entre el eco de carcajadas infantiles. Del otro lado del espejo se diluyen las piruetas que atentan contra la gravedad y desafían los desmanes autoritarios. Sobre la mesa descansan un par de marcos fotográficos oxidados y unas gafas rotas. Los periódicos de ayer están apilados en columnas de papel para su habitación. Esta es la última fortaleza que se erige sin miedo frente al olvido en una ciudad donde lo que no se quiere, se mata.

Este es el segundo microrelato con el que participo esta semana en el concurso de Los Buc Buc. Esta semana todos los participantes deben escribir un microrelato de 100 palabras con la frase en el título. Para leer el resto de historias o si este les gustó y quieren darle Like, agreguen a Los Buc Buc en Facebook 🙂


Se miraban detenidamente, como tratando de reconocerse. Clavaban su mirada en ese punto donde las palabras sobran y los gestos faltan. Él examinaba lentamente esos rizos dorados que antes comparaba con amaneceres sobre la almohada. Ahora se plantaban frente a él con pequeñas decoloraciones que revelaban una raíz negra. Ella buscaba la frase adecuada para tragar el dolor que oprimía su garganta. Las ganas de besarlo se habían esfumado para darle paso a las ganas locas de salir corriendo. El romance se escurría por la rendija de la puerta pero ninguno quería decir la última palabra.


Con este microrelato participé esta semana en una convocatoria lanzada por Los buc buc. Cada semana se deben escribir diferentes microrelatos de 100 palabras, que comiencen con frases específicas. Si les gusta o quieren seguir de cerca esta interesante convocatoria, pueden buscarlos en Facebook y votar por este relato o los que se vengan, al darle I like. Los primeros lugares serán premiados con espacios de lectura en Filgua y una publicación virtual.

Link al fb de Los buc buc

En lo personal, me agrada esta iniciativa. Porque más allá de concursos de popularidad, nos da la oportunidad de retarnos a nosotros mismos y conocer más plumas virtuales.

PD. Además estrenamos nuevo look gracias al header diseñado por The Solrack. Gracias!



¿Has sentido como a veces hay alguien que te acompaña a donde sea que vayas? ¿Has volteado a ver hacia un punto específico para saludar a un viejo amigo o retomar alguna conversación? Pues el otro día me reuní con una amiga mía a tomar un café. Antes de empezar con su relato, me pidió encarecidamente que no la considerara esquizofrénica o una loca empedernida. Le prometí que jamás podría pensar algo parecido y tome el primer sorbo de la taza.

Desde pequeña siempre imaginaba que una pequeña niña patinaba a su lado en el bus del colegio. Saltaba por las copas de los árboles para luego continuar el camino por calles y avenidas. Quizá era su inventiva la que le hacía ubicar a jugadoras extra en el partido.

Luego pasaron los años y una tarde ella estaba sentada en un amplio jardín. Trataba de concentrarse en unas oraciones, cuando de repente, alguien se sentó a su derecha. En vez de asustarse ante la presencia de esa persona, sintió que un amigo vestido de blanco llegaba a saludarla. Poco a poco entablaron una larga conversación, de la que ahora recuerda pocos detalles. “¿Ves esa hoja que cayó sobre el suelo? Pues yo ya sabía que caería antes de que lo hiciera. Nada pasa sin que yo lo sepa, por lo que no debes tener miedo. Siempre estaré ahí”. Esa es la única certeza que ella mantiene en su mente.

Una voz femenina le recordó que era momento de regresar a las actividades del retiro religioso y reunirse con las demás compañeras del colegio en un salón. Se puso de pie y empezó a caminar junto a ese viejo amigo. Él caminó hacia otro lado cuando ella se reunió con sus amigas. Sentía una energía en su pecho que la hacía respirar cada vez más rápido. Le parecía que en cada inhalación, su ser iba a explotar. Había algo que la llenaba a más no poder. Un poco confundida, se formó junto a las demás estudiantes y observó un animalito que volaba en el centro. La maestra le preguntó qué era lo que le pasaba pero un torrente de lágrimas interrumpió la primera frase. No eran lágrimas de tristeza, pues sentía alegría al compartir la experiencia que acababa de tener.

Hubo algo que cambió para siempre a partir de ese momento. Con el paso de los años, ella se sorprendía conversando con alguien que se presentaba a su derecha. Incluso podía reírse con su interlocutor. En varias ocasiones escuchó algunos regaños o llamados de atención para mejorar su comportamiento.

Llamé al mesero para que me trajera otra taza de café y le pedí a mi amiga que siguiera con el relato. Nunca antes me había compartido una historia similar, por lo que mi interés aumentaba con cada palabra. Ella proseguía con las anécdotas con una tranquila sonrisa.

Una de las ocasiones que recuerda haberse sentido acompañada, fue durante el descenso de un volcán por la noche. Debido a su poca condición física, ella había quedado rezagada en el camino. En voz baja elevaba algunas plegarias al cielo para sentirse más calmada. La improvisación había provocado que se encontrara en pleno volcán sin linternas o abrigo adecuado. Mientras iluminaba sus pasos con la tenue luz de un teléfono celular, percibió que alguien más se sumaba a la marcha. Ella hasta le reclamó su tardanza y le comentó lo difícil que había sido para ella avanzar en ese reto. Rieron un poco, observaron las estrellas y se sintió abrazada.

Pero la travesía apenas empezaba y después de varios sentones, sus tres amigos y ella al fin llegaron a la carretera. Alguien les informó que a esa hora ya no pasaba ninguna camioneta por el lugar. Por supuesto que le reclamé por no haberme invitado a escalar hasta la laguna de Chicabal en Quetzaltenango y le regañé por no haber calculado el tiempo necesario para tal hazaña. Era momento de pedir otro postre y cambiar el café por un chocolate caliente. La corriente fría del día nos abrazó cuando un comensal abrió la puerta del restaurante.

Las piernas le temblaban al reiniciar la caminata por la autopista a kilómetros de su casa, en la capital. Unos muchachos pasaron a su lado y les aconsejaron buscar un bus o caminar más rápido porque por la noche, los aldeanos desconfiaban de cualquiera que pasara caminando por ahí. A los pocos minutos, pasó un microbús que les ofreció un aventón y gracias a ello pudieron avanzar un tramo. Al bajarse, le hicieron señales a otro bus que pasó pero el piloto no quiso detenerse. Un poco desesperanzados, observaron a unos bolitos que se acercaban hacia donde ellos esperaban. Al mismo tiempo se asomó un pick up blanco que detuvo la marcha. Un señor bajó la ventanilla para preguntarle a ella y sus amigos si necesitaban ayuda. Fue así como se acomodaron en un pequeño sillón, junto a una familia que los llevó sanos y salvos hacia la cabecera de aquel departamento.

Ya emocionada con lo que ella me contaba, le pedí que me compartiera otra anécdota. Pero esa fue la más clara que recordaba. Al ver la hora, nos percatamos de lo tarde que era. Pedimos la cuenta y empezamos a despedirnos. Me comentó que el resto de ocasiones simplemente percibe a un copiloto mientras conduce el automóvil o un compañero que escucha sus divagaciones cuando camina por la calle. A veces, toma el café con ella en la terraza del edificio donde trabaja. Es cómplice de sus ocurrencias y también le jala las orejas de vez en cuando. Nunca escucha voces. Pero sí distingue ideas o tiene la noción de encontrarse con un viejo amigo que siempre tiene la palabra exacta para cada situación. Sólo es cuestión de poner atención y saber escuchar.

Ahora que has terminado la taza de café y me miras en silencio, te diré que hay algo que debo confesarte.

Reconozco que a veces peco por ser demasiado independiente.

Hace mucho tiempo me canse de jugar a las princesas que esperan su rescate. La vida me enseñó que cuando estás sola, las letras mayúsculas hacen más dramático tu nuevo estado.

S-O-L-A es una palabra que poco a poco comienza a tomar la forma de tu sombra. Se convierte en una zona segura con recursos anti paranoicos. Las letanías de convencimiento emocional se repiten frente al espejo. Claro, eso sucede sólo si te armas de valor y decides enfrentarte a ese reflejo que te observa impávido.

Poco a poco vuelves a ser tu amiga. Descubres que es posible darte la vuelta para jugar con esa sombra. Hasta buscas un poco de hilo para volver zurcirla a tus pasos. Pero eso sí, la lección debió haber sido aprendida y nunca más serás una señorita en apuros. Esta sociedad no está hecha para las vulnerables. Así que tomas un poco de repello y escoges los ladrillos más coquetos para construir algunas defensas. Lo que casi nadie sabe es que muy en el fondo, hay una niña que juega a esperarte(los).

Ella insiste en buscar estrellas de colores y en cazar a los duendes que escondan sus cosas. Yo le digo que no hay tiempo para coleccionar estrellas. Mucho menos, para abrir investigaciones al mejor estilo CSI New York y dar con el Duende a Rayas que nos observa en la ventana.

Y ahora aquí estás tú. Con una taza tibia entre las manos y tu mirada fija. Con esas coincidencias que me dan seguridad pero a la vez me inquietan. ¿Será que es posible que puedas comprenderme en este lenguaje sin palabras? La niña me jala el pelo y me empuja de la silla. Trato de disimular para no caerme de boca en tus brazos, pues todo debe estar bien. Me dan ganas de invitarte a coleccionar estrellas y a diseccionar los colores de cada día.

Suspiro y me termino la bebida con la vista reposada en una campanita. El mesero trae la cuenta y nos levantamos para seguir con nuestra jornada. La nena nos sigue de cerca. Va muy entretenida sacudiéndose el polvo que le cae en la cabeza. Su atención se detiene en una pequeña grieta que va asomándose en mi espalda.

Las montañas se dibujan en el paisaje conforme avanza el bus sobre la carretera. Hay diminutas casas en las que de seguro, viven personas imperceptibles que caminan por vereditas que se borran en la memoria. Ella va escuchando música en modo random porque así el viaje es más entretenido. Elena prefiere escuchar el remix deItunes, en vez de los corridos y boleros que sintoniza el piloto del bus. Viaja sola y eso le encanta. Conversa con ella misma, lee algunos poemas y sueña despierta.

Faltan unos cuantos kilómetros para llegar a Quetzaltenango. Este año ha llegado a esta ciudad más veces que el resto de su vida entera. El ambiente frío la recibe con familiaridad y rápidamente se siente como en casa. Espera a que se baje la mayoría de pasajeros, toma su bolso y desciende para iniciar una visita exprés.

La calle la recibe con una corriente helada que la despeina antes de subirse al carro que la llevará al hostal. Ella le comenta a su amigo que esta no es la primera vez que visita Xela pero no ofrece más detalles. Luego de guardar sus cosas e instalarse en la habitación cuatro, sale junto a dos poetas para tomar un café.

Es extraño porque todo parece diferente de aquella ocasión en la que vino hace un mes para pasar unos días de vacaciones. Hoy hay alguien que la observa escondido detrás de cada ventana. Percibe un aroma familiar al doblar la esquina. A veces deja de participar en la conversación de sus compañeros. No puede evitar buscar ese ente que la escruta en una ciudad colonial paralela.

Por la noche leerá algunos poemas junto a otros jóvenes poetas que deambulan por la ciudad o afinan los últimos detalles de la velada. Elena trae consigo una libreta y una hoja con algunos textos seleccionados. Lo que ella no sabía era que también venía a pensar en él-ellos. A recordarlos todos.

Toma el micrófono para leer algunos versos. Poco a poco Elena relata de manera discreta la manera en que conoció a Joel y luego lo dejó ir. Ironías de la vida. La poeta que se refugia en las letras para olvidarlo, ahora se acuerda de él.

Hay una fiesta hipnótica que la captura durante algunas horas. Lorena se pierde en las animaciones reflejadas sobre la pared al ritmo de una música experimental. Loca. Alucinante. Luego recargan energías en algún bar para seguir bailando hasta que el cuerpo aguante. El suyo no mantuvo el paso de la jornada maratónica, pues debe partir muy temprano al día siguiente.

Cuando regresa a la habitación se despoja del traje de poeta. Se desmaquilla el rostro y se apresura para ir a dormir. No hay ninguna televisión en este cuarto. Si no fuera por ese detalle, juraría que es el mismo en el que ambos soñaron juntos. Hoy Lorena tiene una cama solo para ella. Se siente abrazada por una noción de fantasma. Hace algunas horas le preguntaron si ya había estado antes en este hotel. No supo mentir. Una sonrisa tímida antecedió al sí escueto.

La habitación es demasiado acogedora como para abandonarla a tan temprana hora. De hecho, cree que podría pasar todo el día sin salir e imaginar que se encuentra en una reserva natural. Pero debe cumplir con un compromiso en un lugar a cientos de kilómetros de distancia.

Mientras desayuna, procura saborear los últimos instantes que permanecerá en este lugar. Toma decenas de fotografías mentales antes de despedirse de nuevos y viejos amigos. Algunos engrosarán la lista de contactos agregados en facebook cuando se conecte. De eso no hay duda.

La visita exprés ha concluido. Elena aborda el bus de regreso a casa y observa las calles desde su sillón. Justamente ahora encuentra la razón por la que él se enamoró de este pueblo. Es una pena que haya sido demasiado tarde. Baja la mirada para continuar escribiendo algunas palabras en su libreta. Quizá cuando viaje de nuevo a Xela, Lorena pueda leer el poema que escribió cuando regresaba a la capital.

Hay veces en la vida en las que no te das cuenta que la corriente te lleva hacia una situación que te obligará a tomar decisiones. A poner cara seria, respirar profundo, darle play a la canción de Rocky y a entrarle con todo a lo que la vida te pone enfrente. Gozar cada subida y bajada. Todo el estrés, las peleas, las decepciones, las sesiones de lectura de poesía en la sala de la casa, las ilusiones creativas…
El jueves 10 de marzo por fin podré sentir un poco más livianos los hombros y decir meta superada. Aún no me creo que todo el proceso que empezó con reuniones inocentes en el Bar Central termine con la presentación de una antología literaria y un dvd.
Es imposible tomar todo y separarlo de la vida personal o la profesional. Muchas veces tuve que hacer malabares entre mis labores diarias en el periódico para salir corriendo a reunirme con jóvenes llenos de ansias por comerse al mundo. Al principio quizá construimos castillos de arena y queríamos hacer de todo. Los que lograban llegar a las reuniones aportaban sugerencias y de todos aprendí bastante. Muchos me inspiraron en sobremanera.
Luego estaba la universidad y el último año de clases en la licenciatura; el seminario; las respectivas reuniones de trabajo para hacer tareas… Hoy está la tesis. La vida sigue pasando y las etapas van evolucionando.
Cuando amanencí en Poesía Espiral era una mujer que creía estar soñando lo que estaba viviendo. Aterrizaba en una nueva perspectiva y afuera llovía. Tenía a unos chavos interesantes en la sala de su casa que eran examinados por dos señoras inspectoras de Adesca. Ahí estaban Gabriela Letona, Estuardo Mendoza, Manuel Tzoc, Telemind (Carlos Lucero y Juan Culebro). Todos hablaban sobre su poesía, sus videos y experiencia. A veces corríamos a la cocina para traer más café o azúcar. Pero esa era una excusa para intentar adivinar lo que las visitantes pensaban sobre nosotros. Ellas llenaban formularios y trataban de conocernos mientras muchos continuaban su rutina en la oficina. Esa fue la primer visita de evaluación que Adesca relizaba para determinar si el proyecto podría ser aprobado para recibir financiamiento del estado. El apoyo consistía en costear los gastos de impresión y publicación de un libro acompañado de un dvd.

«Un dos tres. Todo estará bien». Ese fue el mantra que repetí en esos primeros días, cuando de repente tienes que reconstruirte y encuentras un objetivo para aferrarte en ese nuevo ciclo. Un paso a la vez y un desafío a la vez se dice rápido. Pero ahora faltan 24 horas para llegar a un momento que deseaba siempre que me desesperaba. No es sencillo toparse con mentes algo cuadraditas o quejumbrosas chapadas a la antigua. Pero todo mejoraba cuando encontrábamos el soporte de personas que desde el primer momento creyeron en estos patojos.

Creo que la experiencia de coordinar el Proyecto Poesía Espiral y publicar Caleidoscopios Urbanos es algo que a todos los involucrados nos ha dejado lecciones valiosas. Conforme avanzó el tiempo todo se fue modificando y se sumó a la iniciativa Juan Pensamiento, que llevaba mil colores, energía, ideas. Gracias a él tenemos un relato conmovedor e ilustraciones muy urbanas que complementan los demás poemas. El resto de autores se integró después de algunas convocatorias o recomendaciones de amigos escritores. Las letras de Anna Cosenza, Numa Dávila, Andrea Grimaldi y Luis Villond completaron el paquete que teníamos con Gabriela Letona, Estuardo Mendoza, Pensamiento, Manuel Tzoc y yo.

La gestión cultural, editorial y audiovisual es algo que poco a poco aprendimos sobre la marcha. Creo que muchas cosas pudieron haber sido realizadas de una manera diferente pero ahora, ya estuvo. Estoy muy orgullosa y enamorada del resultado que presentaremos el 10. Quizá me pase de sentimental pero no importa.

Por eso le agradezco mucho a las personas que nos apoyaron:

Carmen Alvarado y Luis Méndez de Catafixia Editorial por su asesoria editorial.
Luis Villacinda por la chulada de portada
Carlos Salguero por la diagramación
Kathya Archila por la super postproducción audiovisual para el dvd
Telemind por las tomas visuales
Mafi por ayudarme con los procesos burocráticos contables
More y Mae por el apoyo moral
El Gordo por su apoyo en la presentación
Adesca
CREA porque lo llevarán a bibliotecas de Guate.
Familia
Etc.
Así que después de compartir mi sentimentalismo, los invito a que se den una vuelta el jueves 10 de marzo por la Alianza Francesa a las 7pm.
El libro Caleidoscopios Urbanos y el dvd El valle de la serpiente, que les comento con tanta ilusión y cariño estarán a la venta el día del evento.

En realidad, creo que el jueves sólo termina la primera parte de la experiencia caleidoscópica porque luego debemos mover el libro por todo el mundo.

El libro está disponible en Casa del libro, 5ta. Calle 5-18 Zona 1.

Pueden ver más información sobre el concepto Espiral y el libro Caleidoscopios Urbanos en el blog:
Entrevista en el canal 1850, programa Central Atómica
Nota en Magacín de Siglo 21
Nota en Prensa Libre
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