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Ejercicios

 

 

Ella lo vio todo

antes de alcanzar la cima.

 

Adivinaba el tiempo

según la forma en que
caía la luz.

Contaba pétalos en las
macetas del jardín.

 

Ahora intuye el clima por
el sabor del aire:

El calor, un algodón de
azúcar y coco,

el frío, una manzana de caramelo.

 

Con su cabello como bandera,

lleva en su rostro dos botones

y una rosa entre las manos.

 

Atrás quedan los verdes campos

de amarillo salpicados.

 

El viento sopla

pero ella no cede.

Busca un lugar para la flor,
lejos de aquí.

                                                                                            Imagen: El ancestro, de Leonora Carrington.

 

A la Tatuana

Con
un trozo de carbón,

entre
velas y rosas blancas,

dibujo
un barquito en la pared

para
fugarme como ella.

 

Trazo
con cuidado la vela

y
termino con la proa.

De un momento a otro

revienta el mar sobre mi ventana.

 

Terremoto en el cielo.

Caen
nubes en picada.

El
rayo siembra

una
sonrisa.

 

Me
voy

navegando estrellas

con
un barquito de papel.

Crédito de la imagen: Muchacha ante la ventana, Salvador Dalí.

Duermes sobre la mesa con un grano mostaza que cayó sobre tí.

Sueñas y esperas a que llegue tu début. Por ahora, descansas horizontalmente en la esquina de un escritorio que es blanco también.
Tu piel es delgada y casi frágil.
Te desperezas bajo la luz de un foco amarillo que  atraviesa tus poros.
Llevas unas horas fuera de tu casa y ya estás un poco arrugada. Mírate, tienes arqueada la esquina inferior derecha.
Las líneas de la vida comienzan a formarse en tus pliegues. Cayeron migas de pan sobre ti
Ya no eres la misma de hace unos días. Las horas han pasado y dejaron su huella.

La hoja arrugada I

Estás hecha un ovillo. Ocupas apenas una mínima porción del escritorio. Ahora tus relieves se vuelven más interesantes.
Tu sombra se quiebra y toma diferentes tonos de gris; algunos más opacos que otros. El fragmento de sombra más oscuro parece un cartucho de lirio que, con los bordes finamente delineados, guarda dentro de sí un tesoro. A tu alrededor resplandece el resto de tu sombra, que se quiebra más allá de tus dominios.
Mientras estás enrollada, pareces un capullo. Tus pétalos no se han desprendido y te abrazan. Guardan pequeñas cavernas y pasillos.
Vistas desde otro ángulo, también podrías ser un risco y tus pliegues, las orillas de la montaña por donde pasan las hormigas.
Una rosa sin su tallo, huérfana de todo lo demás.
Tienes un lado más oscuro que otro
La luz delinea tus contornos con especial atención
¿Qué pasará cuando te estires?

La hoja arrugada II

Ahora eres un cisne. Tienes tu cuello erguido y plumas blancas por doquier. El lago es la mesa blanca que te sostiene. Te abrazas a ti misma

La hoja estirada (la extensión)

Parece que te hiciste más pequeña de lo que en realidad eras. Los nuevos pliegues sobre tu piel marcan un camino sinuoso de subidas y bajadas. 
Te habitan los triángulos y las líneas imperfectas. Tienes pellisquitititos.
La esquina inferior derecha se ha roto. En qué momento se puede llegar a sufrir tanto. Hace unos minutos eras una hoja lisa y, ahora, tienes el cinturón de volcanes atravesándote. 
Las sombras son irregulares en tu valle.
Una mosca aterriza en tus montañas y pasea en búsqueda de alguna miga perdida. Camina con calma entre tus relieves. Ha llegado la primera exploradora a tu territorio.

La hoja en llamas

Avanza voraz la danza
que en arrebato (te) muerde
te abraza
te envuelve
Arde
todo
arde
Deja una marca en tu orilla con su lengua naranjazul
Te encoges
Te arremolinas
Atrás quedan tus bordes rectos
Solo queda un racimo de cenizas
Ensayo
sobre Crónicas para sentimentales, de Jacinta Escudos
Sobre
la individualidad se erige nuestra propia república. Las fronteras son
delimitadas por la conciencia y los rastros sentimentales que la sociedad
moderna arrincona en los departamentos. La soledad pareciera ser la única
compañera de los personajes retratados en el libro Crónicas para sentimentales
(2010) de la escritora salvadoreña Jacinta Escudos. Los relatos hilan una
colección de situaciones en las que se percibe el desgano de vivir, la rutina y
los miedos de los hombres y mujeres del último siglo. También resaltan los
diversos recursos literarios que entremezclan figuras poéticas, el uso de
diferentes narradores y la ruptura de reglas gramaticales tales como la
ausencia de puntos o mayúsculas.

Un
epígrafe que corresponde a la canción Dos
caras de amor
de Los Moonlights le da la bienvenida a quien empieza la
lectura. Queda en mi mente la tonada al ritmo de una banda uruguaya que canta: “Dos
caras de amor tengo yo / De alegría y de dolor / Para reír y llorar” (Escudos,
2010. p.7) Esa es la antesala para nueve historias que más se acercan a la
tristeza que a la alegría plena del amor. La mayoría de los personajes navega
entre las fronteras de la socialización y se aferra a la individualidad.

En
el primer cuento titulado ¿En qué libro
guardé tus cabellos, Elsa Kuriaki?
, un narrador en primera persona comparte
las interioridades de su vida solitaria y el asombro ante la posibilidad de
reconocerse como alguien capaz de enamorarse. El personaje también expone el
miedo que conlleva la fragilidad de exponerle a Elsa sus sentimientos y caer de
nuevo en la vulnerabilidad. Fue tal la emoción por sentirse frente a frente al
amor, que el protagonista sucumbe a un exceso de emociones que su organismo no
es capaz de soportar. Se resetea, tal y como si fuera un sistema operativo que
debe reiniciarse y pierde la memoria.

En Lecturas para misántropos modernos se
presentan tres relatos breves sobre mujeres que se sienten aversión al trato
con las personas. Por ejemplo, la voz narradora de puertas asegura realizar cosas útiles porque lee mucho, sale a
hacer la compra, arregla la casa y no se mete con nadie. Tanto ella como la
protagonista de T.V. se duermen
acompañadas por el televisor y meditan sobre la muerte. En los siguientes
fragmentos se pueden apreciar este tipo de reflexiones:
“y
si esa bolsa me matara, la verdad es que me estaría haciendo un gran favor” (Escudos,
2010. p.30).
Lo curioso es que aunque viven encerradas en su metro cuadrado, también son quienes se atreven a cuestionar elementos fundamentales en los que quizá la mayoría de personas no se detienen a reflexionar por estar pendientes de sus ocupaciones diarias:

“a
veces me despierto en la oscuridad de la noche, y no sé por qué me pongo a
pensar en la muerte y pienso tanto y tan intensamente en ello que siento algo
más que miedo, algo mucho más fuerte que el miedo, algo para lo que aún no
inventan una palabra, un algo terrible en el pecho y el cuerpo entero”. (Escudos,
2010. p. 41)

Hay
relatos como Novela de amor pakistaní
en los que la estructura narrativa se intercala con recursos poéticos. El
cuento se desarrolla entre los monólogos de Valkiria y algunos diálogos que
intercambia con un productor español. De acuerdo con Fuentes, la autora
evidencia su interés por la experimentación, con gusto por el texto
hiperrealista, pero también por el relato de tintes poéticos (2013, p. 75). A
continuación se ejemplifica este estilo narrativo:
“tu,
allá arriba, tomándote un whisky, con tus anteojos oscuros colgando de tu
cuello por una cadenita, para tenerlos a mano cuando el brillo del sol que se
refleja en las nubes haga destellos contra el metal del ala del avión y contra
el plástico de la ventanilla por la cual te asomas / ese calor, ese whisky en
la mano, las nubes como un paraíso de algodón / salir por la ventana y caminar
sobre las nubes, a través de ellas, dormir y taparte con ellas, descasar sobre
ellas, descalzo… (Escudos, 2010 p. 50).

Las
crónicas continúan con Nights in Tunisia,
una historia lineal contada en tercera persona y ambientada en Nueva York. La
búsqueda de la ternura se mantiene aunque los escenarios cambien y ahora nos
encontremos en un club que está a reventar y donde Nausicaa es una intérprete
de jazz. Somos testigos de la historia de amor inconclusa con Desiderius, la
persistencia de Nausicaa por buscar la aceptación y sentirse amada. La búsqueda
del amor también es el motor en Relato
Judicial
, una historia contada por un narrador en tercera persona cuya voz
es interrumpida por los pensamientos de una periodista que se enamora de un
presunto criminal. Todo sucede en pocos minutos y en cuestión de un intenso
intercambio de miradas.

En
una entrevista publicada en la revista virtual Aurora Boreal, la escritora explica que su objetivo fue cuestionar
los roles impuestos por la sociedad y los ideales del ser humano contemporáneo
que se ahoga todos los días en una enajenación cotidiana (Ritter, S.F). En Palabras Blandas, Materia Negra y Crónicas para
sentimentales
se percibe ese cansancio interior que se refleja en
relaciones inestables e incluso el rechazo a embarcarse de nuevo en una
relación.

La
carga sentimental se acumula en la garganta al llegar a la última página. No es
difícil sentir empatía por los personajes que vagan en cada crónica porque la
lectura de estos relatos implica un llamado a la sensibilidad y a reflexionar
en el desasosiego interior que el ritmo de vida moderno puede ocasionar. Cuando
la desilusión es muy grande suele surgir esa inmensa pereza de volver a amar
que se menciona en Crónicas para
sentimentales
. El desgano aumenta de manera progresiva hasta convertir a
las personas en ermitaños modernos o autómatas que no viven de manera
auténtica.

El libro
es un novenario a la desesperanza pero me niego a creer que todo está determinado al fracaso.
Nunca es tarde para reducir la misantropía. Tenemos derecho a momentos de
felicidad, tal y como la saborea el personaje de la primera historia por unos
cuantos segundos. La derrota sería abandonarnos y caer al viento como el clavel
que deja una estela roja en su caída desde el noveno piso.
Bibliografía
·        
Escudos, Jacinta (2010). Crónicas para
sentimentales. Guatemala. F&G Editores.
·        
Fuentes, Moises Elías. (2013). Nueva
Narrativa centroamericana: breve panorama II. Casa del tiempo. Recuperado de:
http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/74_75_vi_dic_ene_2014/casa_del_tiempo_eIV_num_74_75_74_77.pdf
·        
Ritter, Luis Pulido.  (Sin fecha). Entrevista a Jacinta Escudos, Una
trampa feliz. Dinamarca. Recuperado de:
http://www.auroraboreal.net/actualidad/entrevistas/1471-una-trampa-feliz

«El sol, su calor. ¿Acaso eres humano?» — Esto es lo que piensa Septimus antes de lanzarse al vacío, en la novela Señora Dalloway de Virginia Woolf. Todavía sigo pensando en la carrera de su esposa Rezia para detenerlo, todo pasó tan rápido y cuando reaccioné, ya era muy tarde. No pude hacer nada más que bajar el libro y observar a los carros que pasaban por la avenida. Quizá si alejaba el libro por un momento, podría retrasar lo inevitable. El viento soplaba suavemente a la hora de almuerzo.
Todos en la cafetería conversaban sin mostrar mayor preocupación en sus rostros. Así son las tragedias, nadie más que los implicados son quienes las lloran. Me costó reponerme y regresar a la oficina. Por la tarde, el sol se escondió como siempre, le tomé la foto y maneje el carro pensando en Rezia y Septimus. Los minutos previos parecían tan perfectos. Ella cosía un sombrero para vendérselo a una señora y él hacía bromas al respecto. De esas bromas tan íntimas que solo los esposos pueden comprender. Ella fue feliz de nuevo pero todo cambió de forma drástica en pocos segundos.(Colección de soledades)

Pd. No he terminado la lectura, por favor no me la cuenten.

«El porvenir se nutre de fuegos temerarios»
Isabel de los Ángeles Ruano
Quizá el mundo podría acabarse en la arena naranja. 
Pasa a
mi lado una bolsa plástica blanca y a lo lejos observo una envoltura de
tortrix. 

Flotamos junto a la basura. 
Esta
playa está sucia, sucia de nosotros en esta arena negra que se impregna en mis
dedos.

Un niño se enreda
entre mis piernas. 

El fuego recorre la
espuma. 

Esta es
una pequeña soledad. 

El mar se quiebra en destellos fugaces. 
Solo quedan cenizas volcánicas. 
Aterrizan los cometas. 
Las olas son cada vez
más violentas. 

Golpean mi espalda, me empujan de regreso hacia la orilla. 
Los reflejos se los lleva el mar. 
Rueda una pelota que baila traviesa entre las olas. 
Me rindo
ante el cielo partido. 

Tanta inmensidad no cabe en mi
cabeza. 

El sol se quiebra en la arena. 
Astillas doradas dispersas en la espuma
de fuego.

Foto: Andrés Asturias, de la serie Arena Negra.

Mañana de domingo.
Un señor luce un traje sastre impecable. La
punta de sus zapatos refleja una nube arrastrada sin piedad por el cielo.
Son las nueve menos cuarto.
Está sentado en la banqueta. Nada parece perturbar este instante.
Sus manos sostienen la carpeta de cuero.
Lee con
atención unos papeles mientras el tiempo pasa frente a su
casa. 
Hay frío en esta parte de la ciudad.