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Pero los días difíciles llegaron después, cuando perdieron una vida más. Como si fuera una ironía de la vida, la ley del karma o simplemente un evento desafortunado, Laura perdió al bebé que vendría al mundo para iniciar una familia.
En esta oportunidad, la creatura era esperada con pompa y júbilo por tus padres y suegros. La comunidad virtual en hi5 y Facebook estaba al tanto del desarrollo del feto y comentaba alegremente sobre las fotos de los primeros ultrasonidos. Además, Laura visitaba periódicamente a su abuela materna para adiestrarse en el arte del tejido y bordado para poder preparar diminutas ropitas que cobijarían al recién nacido.
Sin embargo, la burbuja se reventó una fría madrugada de noviembre, cuando el sudor recorrió cada poro de su espalda para avisarle que algo estaba mal en su cuerpo. Una llamada de auxilio se presentó en forma de presentimiento, pero su inconsciente no le prestó atención y prefirió soñar con columpios y resbaladeros, mientras en el centro de su cama, una vida se resbalaba de su organismo.
Si el ginecólogo que atendía a Laura hubiera indagado en la historia de su paciente, probablemente se habría podido prevenir el aborto espontáneo que ocurrió un primero de noviembre. La reincidente adicción a la cocaína, más una pizca de predisposición genética, fueron el detonante para que Ernestito viviera tan sólo cuatro meses.
El duelo causado por la pérdida afectó a Laura en cada aspecto de su vida. De forma repentina se distanció de ti, hasta el momento en que las conversaciones eran monólogos, pues a ninguno le importaba lo que le sucedía al otro.
Su impotencia creció de tal manera que cada mañana iniciaba su caída en un pozo sin fondo, en el cual la depresión únicamente era la fuerza de gravedad que empujaba a Laura.
Ella era como una tumba que caminaba, por lo que decidió movilizarse lo menos posible, pero todo empeoraba porque en ese caso, se veía a ella misma como una tumba estática.
En esta situación el único culpable eras tú, ya que según ella, la presionaste hace cuatro años para visitar esa clínica improvisada, la cual desapareció un par de meses después, como producto de un operativo sanitario.
Entonces, si todo se paga en esta vida, esto debía ser una especie de broma macabra o un puntapié del destino. Claro, las explicaciones médicas sobre cuánto afectó a su bebé que ella no pudiera dejar de lado su adicción narcótica, fueron rechazadas por su mecanismo de defensa personal.
Así, sin previo aviso, llegaste un día a tu casa para encontrar que ella había partido y salido de tu vida. Sobre la mesa del comedor brillaba el dorado de unas letras dirigidas a ti. Era una nota de despedida, en la que te expresaba todo su desprecio, pues con tan solo verte, crecía en ella un odio enorme hacia la relación y los últimos 5 años de su vida.
Pero tú también sufriste la pérdida de tu segundo hijo y, aunque llevaste la carga aparte para no agobiarla, siempre la habías amado. Acaso ella no sabía que es la mujer de tu vida.
Pequeño gran error. Fueron esos pequeños detalles; esas omisiones las que reflejaban tu abandono, pues tu único interés era utilizarla cada vez que hacían el amor.
Laura recurrió a la única alternativa que la haría insensible a ti. Activó el piloto automático, con el cual evitaría cualquier tipo de sufrimiento, permitiéndole ignorarte y por último, olvidarse de ti.
Al menos eso era lo que decía la misiva que luego arrugaste, queriendo abandonar toda tu ira en ese pedazo de papel reciclado.
Oh gran torrente de preguntas que se dispersó por toda la habitación. Qué pasó con las promesas. ¿Por qué no creyó tu amor?
Entonces, esto significa que nunca te amó. Cómo pudo haber fingido y funcionado de manera automática. Y los momentos en los que le dabas todo tu amor… Sus caricias en realidad eran frías y vacías. Carentes. Mecánicas. Todo en tu vida fue una burla; una mera imitación afectiva fabricada en china. Una relación pirata, de esas que se compran en la calle y que hasta se regatean pues, están sobrevaloradas. Simplemente eras una especie de consolador que ella utilizaba cuando la libido tocaba a la puerta.


Noviembre empezó para a las seis de la mañana del sábado. Aprovecharía para retomar una olvidada costumbre familiar, que consistía en acompañar a mi abuelita Leonor, a su hermana Mari y a mi papá a adornar las tumbas de los parientes que se nos han adelantado en el último viaje. Recuerdo que hace varios años le ayudaba a mi abuela a hacer coronitas con flores de plástico que luego decorarían el cementerio. Ahí escuchaba con la fascinación de una nena todas las historias que ella guarda en su memoria sobre su abuela, mamá, hermanos e hija. Todo esto lo relataba mientras limpiaba las lápidas y unos mariachis cantaban «Amor eterno» por vigésima vez.

En honor a esas memorias decidí levantarme temprano. Tenía una cita con mi infancia y las visitas del primero de noviembre. La realidad me mostró que las cosas han cambiado y si bien, las tumbas siguen siendo adornadas, ahora es al ritmo de cumbias y un Arjona que grita desde las bocinas de un puesto de cd´s piratas.

La primer parada fue en el Cementerio General. Llegamos a eso de las nueve de la mañana. El recuerdo en el que me quedaba atrapada entre las piernas de señoras enormes y sus canastos se disipó rápidamente. La entrada no estaba a reventar y logré pasar sin complicaciones. Ya estaba lo suficientemente grande como para que papá sostuvieron mi mano para que no me perdiera entre la multitud. Heché de manos esa sensación de seguridad, la cual no pudo ser reemplazada por los agentes de la Policía Nacional Civil. Después de tantos mitos urbanos y relatos verídicos sobre ellos, ya no se puede confiar en ninguno y mucho menos en decenas de jovencitos que más parecían sacados de la Academia para ir a hacer unas prácticas policiales.

El viento se colaba por los agujeros de mi suéter tejido por alguna máquina en una fábrica cualquiera. Mi abuelita caminaba algunos metros detrás mío. A su ritmo. Con ese andar tan sin pena y tan anciano. Platicaba con su hermana sobre los precios de las verduras o lo caro que está el pasaje de las camionetas de San Miguel Petapa. Mi ocio se entretenía tomando algunas fotografías a los panteones y bromeando con mi papá de vez en cuando. No paso suficiente tiempo con él. Quizá fue por eso que esta visita a su lado me gustó mucho.

Mi abuela detuvo su marcha para internarse por una vereda e ir a saludar a sus hermanos y a su abuelita «Mamaíta». El Comandante Efigenio recibe el primer saludo. El hermano que murió por su ideal el 7 de septiembre de 1968. Mi papá se dispuso a colocar las coronitas y las flores que compramos en la entrada. Yo me sumergí en cavilaciones y por momentos también quedé vulnerable a tus recuerdos. Mi daydreaming fue interrumpido por un trovador que se acercó a nosotros para ofrecernos su repertorio de canciones, con las cuales podríamos saludar a los familiares. No gracias. En realidad, el presupuesto no es tan amplio como para costearnos una serenata. El trovador siguió su rumbo por el panteón. Al igual que los jardineros ambulantes y demás vendedores, tan sólo buscan una forma de ganarse la vida.

Este año el itinerario fue más corto porque los nichos quedaron fuera del plan. La hermana de mi papá fue trasladada al Cementerio de Las Flores. Antes de pasar frente a más vendedores y abandonar la primera parada, dejé entre los panteones un poco de mi amor hacia ti. «Todo se transforma», me dijo una amiga días antes. Por primera vez, la idea se dibuja tan exacta en mi mente. Tan cierta.

En el camino hacia el carro, mi papá compró más flores para llevar a Las Flores. Inserte aquí sonrisa pícara al jugar con las palabras. El desvelo del día anterior marcó su tarjeta de asistencia mientras nos trasladabamos hacia Mixco. Me gusta soñar sobre ruedas pero papá tiene esta manía de interrumpir el sueño cuando vas como copiloto. No tuve tanto tiempo para refugiarme en sueños.
Las imágenes entre cada camposanto son contrastantes. No me refiero a la pobreza o al estado de cada panteón. Es algo más. Quizá son los barriletes que volaban a mi alrededor o una sensación de paz que poco a poco fue embargándome al alejarme de ti.
Aquí yacen mi bisabuela Concepción Chavarria de Lemus, mi tío político Rodrigo Monzón y una tía bebé Estela Lemus. De nuevo mi papá siguió con especial esmero las instrucciones de su mamá y su tía. Su deber era adornar correctamente cada tumba. Observando mi entorno, llegaban a mi otros recuerdos de cuando solíamos visitar este cementerio junto a mis otros abuelitos. La atracción mayor del lugar era ver a los peces, pavos reales y, si mi memoria no me engaña, unos cisnes. El sábado casi nadie le puso atención a la fauna que estaba alrededor del estanque. Era más entretenido volar barriletes. Y cómo no, si el viento también quería jugar con ellos. Creo que si me hubiera dejado, hubiera podido también irme volando. Me faltaba la sombrilla pero tal vez si me colgaba de un barrilete entonces podría elevarme del suelo y… Preferí no ilusionarme tanto, contestar la llamada en mi celular y en cierta forma, aferrarme a este cable a tierra.


Frente a Estela, mi abuela vuelve a contar que ese nombre nunca le gustó pero que mi abuelito se adelantó al irla a inscribir al registro civil y, como a él sí le gustaba Estela, aprovechó la ausencia materna. Mi tía murió al poco tiempo de nacer, es un angelito.
La visita a los camposantos estaba por terminar. Mi tía abuela Mari bromeba conmigo porque mi papá iba manejando mi carro. Había llegado la mitad de la jornada porque luego iría a reunirme con la familia de mi mamá para celebrar el cumpleaños 69 de mi abuelo «Papá Rodolfo», a la vez que saborearía el fiambre de mi abuela Isabel.

En el inconsciente continuaba creciendo una extraña sensación de sosiego y gozo. Es similar a los momentos en que sentís que el pecho está a punto de estallar. Una alegría intensa podría rebalsarte. Sólo me he sentido así en retiros o en la misa, cuando es la Consagración. Entonces, escucho una suave voz; quizá un presentimiento: Todo estará bien… No estás sola.

Una sonrisa se volvió a dibujar en mi rostro.


Fotos: Lunakam.

Conforme avanzas hacia el apartamento, notas que tus pasos se tornan cada vez más y más pesados. Es como si tu cuerpo aumentara de peso o llevaras una gran carga sobre tus hombros. Observas el techo raído del pasillo principal pero solo distingues una nube gris sobre ti y luego sientes tres gotas que rebotan sobre tu nariz. Son las goteras que caen del techo, el cual no ha podido ser arreglado por el conserje.
El recuerdo de Sara se diluye a la vez que colocas el litro de cerveza sobre la mesa. El conjunto de envases ahora se compone por seis elementos y está a punto de unirse al de cigarrillos.
Este es el momento crucial para que tus vecinos inicien el plan de conquista mental, por lo que ni cortos ni perezosos irrumpen en el silencio para recapitular la jornada. Entre broma y broma comienzan a burlarse de tus sentimientos
Al principio intentabas esquivar las críticas lanzadas por el quinteto e incluso te atrincheraste en el sillón rojo, al centro de la sala, gozando de tu refugio etílico. Ahora has hondeado la bandera de la derrota, las barricadas mentales fueron destruidas, dejándote indefenso ante la autodestrucción.

Las estrellas citadinas iluminan los pasos de las personas que observas desde el balcón. Es un ventanal sencillo: Un marco de madera, dos plantas casi muertas, unas cuantas rocas que trajiste de alguna expedición a cualquier volcán y colillas de cigarros alrededor.
Cada persona parece ser FE-LIZ.
–Míralos. Todos tan perfectos— Te indica la tercera voz— No tienen problemas, rechazos, arrepentimientos…
Observas a las personas que caminan despreocupadamente por el bulevar frente al edificio, mientras meditas en las últimas palabras expresadas por la voz chillona de Larry. Arrepentimiento. ARREPENtimiento. ARREPENTIMIENTO. Dibujas el rostro de Laura en cada una de las mujeres que desfilan en la pasarela de tu cuadra.
Pietro, la primera voz que apareció en tu mente hace dos años, le roba el micrófono a Larry para torturarte y señalar los recuerdos más dolorosos. Laura, hablemos de ella. Con su voz grave y madura, se dispone a narrarte cómo fue que ella arruinó tu vida.
Te alejas del balcón para sentarte en el sofá y sorber lo último que queda en la sexta botella cerveza. La sala se compone por una mesa redonda, una librera y tres sillones de los cuales el rojo es tu favorito. El apartamento es pequeño. Una sala/comedor, un baño sin puerta, la cocina, tu habitación y un espejo de dos metros por uno de ancho que venía incluido en el contrato y que, probablemente fue abandonado por un inquilino previo.

Desde tu asiento pareciera que la habitación se agranda cada vez más. ¿O eres tú el que se hace más pequeño? Ya no perteneces a este lugar. Es evidente que sin ella a tu lado no puedes continuar dentro de la sistemática normalidad.
Añoras los años escolares en los que Laura fue tu cómplice de travesuras y a la vez el amor de tu vida. Ese destello tornasol que alegró tu vida, inundándote de sonrisas, cartas, berrinches, placeres y un frágil amor.
Todas las imágenes se agolpan una tras de otra para conformar el filme interactivo con tu memoria. Así, aparece ella cuando la viste por primera vez en una kermesse. Ya la habías visto antes entre todas las estudiantes, pero no habías notado su particular personalidad sino hasta ese sábado al medio día. Ella presumía ante sus amigas un vestido casual amarillo y lucía el cabello suelto, pero luego se lo recogería para espantar al calor dentro del gimnasio del colegio, mientras bailaba contigo y disimulaba su nerviosismo entre las vueltas y la música.
Pocas semanas después ambos se rindieron ante las hormonas y dieron paso a la relación más intensa que has tenido. Ella era, en ese momento, la mujer de tu vida, con quien te escapabas entre los pasillos de la biblioteca, compartías sueños y construías futuros utópicos.
Pero la realidad siempre golpea y se cuela entre las burbujas de ensoñación que rodean a los enamorados. Una noche de arrebato pasional los condujo hacia aquella clínica clandestina, donde, según fuentes fidedignas, todo salía más barato y sin peligros. Permaneciste en una improvisada sala de espera mientras ella estaba en la habitación contigua, armándose de valor para desprenderse de una vida no deseada. En una de tantas clases de biología, alguna maestra les había hablado a las alumnas sobre el peligro de este tipo de operaciones. Pero ni la ley del desapego, los mantras memorizados con devoción o tus palabras de amor, pudieron servirle de consuelo o como una vía de escape para estar ajena a lo que sucedería a continuación.
La respiración profunda fue su única anestesia durante los pocos minutos que duró el procedimiento quirúrgico.
Listo. El problema había sido removido de su cuerpo. ¡Si tan solo fuera así de fácil!
El siguiente punto en la agenda era caminar cinco pasos hacia una minúscula oficina, donde debías cancelar la segunda mitad de los 150 dólares que previamente habían sido cotizados.
Se alejaron de la clínica, jurando nunca más regresar y prosiguieron su vida como si aquello había sido una mera pesadilla o un deja vu, el cual se ignora cambiando de tema en la conversación, aunque su sombra siga presente.

Gud Morning, mai neim is Juan Cruz. Ay am yur niu inglish ticher». Un gran signo de interrogación se dibuja sobre la frente de cada uno de los estudiantes que observan al teacher Cruz en su primer día de clases. Probablemente no hayan comprendido a su docente o todavía estén adormitados por haberse levantado tan temprano para ir a escuchar gallina chicken _ lápiz pencil.
Entre el desconcierto que acompaña al aburrimiento, dos miradas se encuentran. Se hipnotizan la una a la otra, se descifran entre tantos cuerpos mallugados por el inglés mal pronunciado del profe Cruz.
Un timbre desgastado suena justo a las nueve y media para anunciar el receso de la jornada. Los dos jóvenes se reencuentran en el pasillo, perdidos cada uno en la mirada del otro y dando paso a la sonrisa que ilumina su rostro.
«Qué onda, me llamo Carlos. Tengo 19 años y vivo con mis padres. Soy temperamental, cariñoso y aunque a veces tenga actitudes posesivas… No es todo el tiempo. También puedo ser egocéntrico, pero creo que eso me hace ser mejor persona porque además me gusta escuchar a los demás. Aquí está mi tarjeta con el brief psicológico y mi número telefónico, si te parece espero tu llamada».
Ella recibe la tarjeta y a la vez le entrega la penúltima tarjeta de presentación suya:
Nombre completo: Karla Isabel Juárez Gonzales. 18 años. Vive sola. Personalidad optimista, enojada y quisquillosa, pero amigable. Celular 52436512… Posibles trastornos alimenticios en el futuro y codependiente emocional».
Karla baja la mirada y ve la tarjeta de Carlos con especial atención… Siempre hay que buscar las letritas pequeñas; esas que hay que leer con atención para estar preparada y saber de antemano, cómo es la persona.De esa manera, puedes tener un panorama y evitar decepciones.
Diablos, algo tenía que estar mal, la ilusión efimera se sonríe para luego despedirse. Justo en una esquinita, como escondidas entre los poros del papel, están las palabras:
«Inseguro y propenso a sufrir crisis existenciales que le impiden comunicarse. Tendencia a abusar del piloto automático en las relaciones amorosas».
Sin embargo, es de mala educación mentir y decirle que lo llamarás, cuando en realidad no será así. También sería muy incómodo verlo en las siguientes clases, sin haberlo llamado y huyendo de su mirada acosadora. Así que ella se despide cordialmente, con una sonrisa que ahora más parece sacada del inventario de poses y frases número 45, da la vuelta y decide inscribirse en otra sección de Inglés para principiantes.

Haciendo un recorrido por las carpetas de documentos olvidados y con bits empolvados, me encontré con varios textos que subiré poco a poco. Los hice hace mucho tiempo, pero no esta de más colgarlos en la web….

Oferta en el pasillo 8

Cada noche entretenía mi mente pensando en todo aquello que tengo que decirte. Poco a poco me dormía repasando argumentos y estructurando los diálogos.

Los días pasaron y luego las semanas formaron 2 meses.

Inesperado. En el momento y en el sitio que me faltó imaginar. Te coloqué en el cine, en alguna fiesta o en un restaurante. Pero el destino decidió ir contra mis planes y escogió otro lugar para nuestra cita, sin que uno de los dos albergara la más mínima sospecha.

Fui al super para comprar cajas con imitaciones de comida, la cual está lista para degustar luego de su paso por el microhondas, cualquier bisutería que me levantara el ánimo y otro montón de babosadas que siempre me sirven. Lejos estaba yo de imaginarme que al entrar al pasillo en el que se amontonan año tras año los mismos libros, te vería escogiendo una revista.

La cantidad de aire disminuyó considerablemente, mi corazón latía desesperado y el caos se produjo.

Todos los argumentos se agolparon uno tras otro mezclandose, hasta formar oraciones desordenadas, carentes de tan siquiera un mensaje para transmitir.

¨Que coincidencia. Decirte bueno te veo que para decirte. Hola…¨

La música y los gritos de un niño pidiendo el chocolate ¨x¨ lentamente fueron perdiendo su volúmen.

El caos crecía en mi mente.

¨¡Tanto qué decirte y tan poco tiempo para hacerlo! Quizá deberíamos juntarnos para comer. ¿Tú que piensas? Sí. En el restaurante chino. ¿A qué hora puedes llegar? Me parece, a las 4 p.m. nos vemos para platicar y así podremos aclarar algunos puntos pendientes de aquel día en que terminó nuestra relación…¨

También me percibiste. Tu espacio se redujo a ese pasillo y luego a los dos metros que nos separaban. Míis ojos clavados en los tuyos.

Aunque parecía una eternidad, la aguja más delgada del reloj sólo avanzó cinco segundos desde que te ví. Al abrir la boca para decirte lo que me carcome la conciencia desde hace dos meses, el desorden atolondrado de palabras no me dejó pronunciar algo más que un simple Hola.

Mí mente no procesó correctamente el exceso de pensamientos y obviamente se generó una falla en el sistema. Click en OK, no, no quiero mandar un informe técnico a Windows… Como si les importara.

Respondiste al saludo con una sonrisa. Vacios. Los argumentos carecían de sentido. A la sonrisa le siguió un suave adios. Era mí turno de sonreír.

Desvié la mirada hacia una oferta anunciada en el pasillo de enfrente. Mi cerebro instruyó a mis piernas para caminar y alejarme de ti, siguiendo un instinto consumista más.

De forma automática le pagué a la señorita que atendía la caja, conduje mi automóvil hasta el edificio donde se encuentra el apartameno donde pernocto, subí las gradas maldiciendo al conserje que no se ha dignado a reparar el elevador y al fin llegué al octavo nivel. Guardé todo lo que había comprado y encendí el televisor para ver alguna película.

Ahora estoy en mi cama. El filme tragicómico terminó hace una hora. Te imagino en el restaurante chino. Repaso mentalmente lo que quiero decirte. Bostezo. Duermo.

Un conjunto magno de ideas recorre mis neuronas como si se rehusara a salir
Aspiro el aroma de la nada y me doy cuenta que corro el peligro de convertirme en eso
En una nada que atolondra mis sentidos, que me detiene durante algunos segundos
Que deforma visiones y percepciones
Todos giran alrededor mío al ritmo del slow motion
Se aferran a un ideal, a un sueño caduco y hasta cierto punto, obsoleto
Un ideal estancado en el tiempo sin
actualizar las metas al contexto del Siglo 21
Varios gozan con un dejo de inocencia, de un cumpleaños inventado mas no reinventado,
hippies ofrecen pulseritas/insignias/gafetes contestatarios
Los poporopos están a dos por uno y la coca cola está bien fría, qué va a llevar seño?
La música se diluye entre la esperanza de tiempos mejores, tiempos de solidaridad, como dice el mensaje subliminal que busc a convencernos de que todo esta bien.
Mientras todos están aquí, soplando velitas artificiales, un piloto fue asesinado y los funcionarios siguen llenando sus bolsillos tras los bastidores de la política
Y yo?
Yo observo las palomas que sobrevuelan el parque central. Ajenas a la realidad.
Me pierdo entre los aros de fuego, aplaudo la marimba solitaria.
Sonrío.

Fotos: Lunakam

Bueno, como se podrán dar cuenta, mi mood está un poco bajo, eso se debe a que justo al inicio de esta semana finalizó una relación de poco más de tres años y pues bueno, he tenido un torbellino de sentimientos encontrados durante las últimas horas. Que si la alegría, que si sonrisas fingidas que si luego lo odias, que si luego todavía lo amas, que si ese chavo que acabas de ver esta guapo y ya no tenés a quien rendirle cuentas, que si no porque igual lo extrañas..

En esta montaña rusa, decidí tomarme unos días de retiro personal y acompañar a una amiga en un viaje, siempre dentro de las fronteras nacionales. Hubo dos cosas; me empiezo a distanciar de mi novio pero renace la amistad que llegó a estar bajo el tag de mejores amigas, hace dos años en la U. Es reconfortante reencontrarse con amistades que a lo mejor se empolvaron pero que siempre estarán ahi. Al final, lo que nos queda son la familia y los amigos, pues también me di cuenta que hay amistades que no sabía que estaban ahi para mí. Entre paréntesis, gracias Rocío =D.

Escribo este post como una manera de seguir avanzando y dejando todo atrás, embracing la incertidumbre, como decía alguna ley del yoga.

Así que, lista para lo que se venga y a seguir disfruntando la vida… Que para eso estoy aquí y yo era una jovencita muy feliz y despreocupada, que empezaba a descubrir su pasión por las letras. Por lo que estoy segura que estaré bien y que en el momento menos pensado… Seré feliz y este bajón disminuirá. A continuación les comparto algunos versos que escribí en ese viaje… No son tan bueno pero los trabajaré un poco más,

De clones y pilotos automáticos I

Qué fácil sería presionar el interruptor

automatizar los procesos mentales

deslizarme por esta realidad de manera indiferente e insensible.

A la vez el filo de la automatización crea un clon acorazado con espinas

Los clones son selectivos e inestables, pues activan el switch sin previo aviso

Se hace entonces necesario el leer con atención elmanual de uso antes de cualquier contacto automático.

Si una gota de lluvia equivale a cada segundo que debo esperar para que tu recuerdo no sea doloroso; entonces esta lluvia constante bastaría para olvidarte.

Abandonar cada recuerdo entre las pequeñas ondas que dejan las gotas en el lago

colgar tus caricias en las ramas y adornar con tus besos las faldas de cada volcán

Que las palabras se las lleve el viento y tus promesas de amor se ahoguen en la memoria

Una radio desvencijada complementa este soundtrack natural,

a la vez que mis últimas lágrims se meclan entre las olas, mientras los suspiros y sueños compartidos abordan la lancha hacia el olvido.

Quiero abandonarte y que mi piel no pida a gritos tu aliento

Un jardinero afila su machete… Quizás pueda usarlo para cortar los lazos que me unen a ti.

Saboreo la posibilidad de quedar en blanco y así borrarte para siempre.

O si no, activar el piloto automático. Ser insensible a ti.

Pero la automatización puede ser adictiva y odiaría ser un clon más, tal como lo eres tu.

La imperante tarea de sobrevivir al ritmo de una sinfonía agónica de letras, marcadas por las teclas de un computador pagado a plazos.
La hoja parcialmente blanca también sufre.

Estampida de ideas…
Fórmulas de autosuperación que se mastican con sabor a dolor
Inestabilidad
Indecisión
Ira
Decepción
Amor
Todos al unísono
Caos mental
Incertidumbre
Temor
Nudo en la garganta
Los segundos alargan la nostalgia
Ahora la nostalgia se convierte en enojo
Y así pasan los minutos

No tengo nada que decir. Levanto el auricular y marco tu número. Luego de siete segundos de espera, me contestas con un simple «alo», te saludo y me percato de que esta llamada fue en vano porque no hay nada que te pueda decir. Ni a ti o a el mundo.
Quizás sufro de pereza mental crónica o hay una sequia de palabras. Aunque platico de temas tontos, por dentro me arrepiento de haber levantado el auricular.
Finalmente pronunciamos las palabras de despedida y cuelgas el teléfono para continuar con tu vida, mientras yo sigo sentada en este sillón negro, sin saber qué decir.
Todo fue previamente pensado y por ende, expresado. Sonrío.
Acaricio la posibilidad de haberme quedado vacia.
Las agujas del reloj de 9.99 me indican que es hora de ir a dormir, asi que me dirijo hacia el baño para lavarme los dientes. En el camino me topo con mi mamá e intercambiamos algún saludo de buenas noches.
Ya en mi cuarto, enciendo el radio y luego la lamparita negra en la mesita de noche al lado de mi cama. Sobre la mesita también está mi cuaderno, justo como le dejé horas atrás.
La idea revolotea en mi cabeza y hasta me provoca una sonrisa. Es necesario dejar una prueba y redactar el pensamiento sobre las líneas azules del cuaderno. El lápiz termina de delinear las letras que en conjunto expresan todo y a la vez conforman 5 palabras:
No tengo nada que decir.

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