Poemas y relatos

A tratar de conquistar la colonia


Para W.C.

— Aló. Hola. ¿Podés salir?

— Creo que sí. Sólo tengo que terminar una tarea. Pero… Va. Le voy a decir a mi mamá que necesito unas hojas. De todas maneras, ya casi se me acaban las que tengo aquí. ¿Me pasas trayendo?

— Oralé. Paso por vos.

Las dos colgábamos el teléfono. Corríamos a cambiarnos el uniforme por una ropa adecuada y cómoda para salir a dar una vuelta. Le decíamos a mamá que fulanita quería ir a la librería. La mía siempre preguntaba que por qué no podías ir sola. Pero eso es algo que nunca pude contestarle. Quizá porque muy en el fondo sabía que a mis quince años, esa era sólo una excusa para salir por las tardes y conquistar una colonia más de Villa Nueva. Diez minutos después sonaba el timbre de la casa y esa era como la batiseñal para escabullirme con el dinero para comprar las hojas, láminas ilustrativas, cartulinas, plancha de duroport, lana… Mi mamá me designaba también como la compradora oficial del pan y eso ampliaba el recorrido.

En época de vacaciones todo era más fácil. ¿Te acordás de aquellas mañanas en que te sentías deportiva y las calles se convertían en circuitos ciclísticos? Siempre te acompañaba aunque nunca he sido fanática del deporte. A veces cambiábamos el horario y trasladábamos todo para la tarde. El viento frío de finales de octubre refrescaba las vueltas. Si teníamos suerte podíamos encontrar a nuestros respectivos amores platónicos en alguna cuadra cerca de la tienda. Muy pocas veces cambiamos la bicicleta por los patines o la patineta de tu hermano. La mayoría de ocasiones caminábamos toda la tarde contra el viento. Tu fragilidad y delicadeza eran tan encantadoras como divertidas. Pero desaparecían cuando corríamos para llegar a tiempo a casa antes de que nos regañaran por regresar a altas horas de la noche. Casi nunca lo lográbamos.

Darle la vuelta a la colonia entre chismes, pláticas existenciales y los flirteos con uno que otro chavo eran el pan de cada día. Fue así como conocimos al Pipirifláutico, Tete, Cara de pizza, el Bombero, el Chino y otros que no llegaron a tener sobrenombre. Al Pipirifláutico lo vi un par de veces hace cinco años cuando iba para la Universidad. Seguía igual de ñoño y ya no teníamos nada de que hablar.

¿Te acordás de cuando nos fuimos a ver lluvias de estrellas en el parque? Llevábamos unos ponchos para acostarnos en las gradas del parque. Los grillos interrumpían los cuchicheos. De repente, pegaste un grito que asustó a todos los presentes. Creíste haber visto un fantasma con botas amarillas. En realidad, eran de algún guardia que vigilaba el sector. Otras veces pasábamos por donde se apostaban los trovadores del barrio y los mirábamos de reojo. Nos invitaban a escuchar todo el repertorio del rock nacional. Que si te enseño a tocar guitarra, que música te gusta, que si cualquier cosa. Las lecciones se concretaron días después pero hoy ya casi no recuerdo cuáles eran los acordes. Hoy mi guitarra atesora el polvo y a ti nunca te interesaron los instrumentos musicales.

Cuando terminaban las vacaciones recurríamos de nuevo a los pretextos y compras en la librería. No nos unían los gustos por la misma música ni te gustaba leer. Odiábamos las canciones fresas pero nunca fuimos a un concierto juntas. Tampoco íbamos al cine pero sí a comprar ropa. Evitabas hablar de tu familia y preferías conversar sobre tus nuevos amigos en bachillerato.

Teníamos un apretón especial de manos con todo y coreografía que contrastaba mucho con la manera en que saludaba a mis amigas del colegio. Nuestro cariño era extraño. El tiempo siguió pasando y ya no había pretextos que valieran a la hora de ir a traer la cartulina o el pan. Tenía que estudiar para los exámenes finales y tú te juntabas con tus amigas del curso para ir a comer por ahí o hacer trabajos. Luego vino la graduación y no recuerdo por qué no llegué a la tuya o viceversa. No fuiste la primera en saber que había conocido a tal chavo en la Universidad y que luego resultamos siendo novios. Tu vivías tu historia personal con un vecino del que tampoco volví a saber nada. Creo que lo vi hace unos meses por un parqueo en la zona 1. No le hablé. El frio se colaba por la ventana, todavía no anochecía y no me sentía tan cómoda entre los carros que se amontonaban en esa calle tan angosta. Los celajes de fin de año me recordaron esas tardes en las que aún no sabíamos qué queríamos hacer “cuando fuéramos grandes”. Todo consistía en caminar arropadas con nuestros mejores sudaderos contra el frío y reírnos sin ninguna preocupación.

Hoy creo que no nos alejamos cuando me cambié de suburbio. Ese hilo invisible que me mantiene unida a otras amigas se debilitó contigo en algún momento..Si nos tomáramos un café quizá no tendríamos mucho de qué hablar.

Pero siempre te extraño cuando el viento me sopla en la cara y me dan ganas de ir a caminar por esta colonia vacía, que ni es mía.

3 Comments

3 thoughts on “A tratar de conquistar la colonia”

  1. Este escrito me dio algo de tristeza: evitaré seguirme alejando de mi mejor amiga. Que la U, que estudiás medicina, que turnás, que tengo proyectos, que voy a salir con Fulano…

    Sí, pasa. Pero quizá podamos aún evitarlo…

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