Conforme avanzas hacia el apartamento, notas que tus pasos se tornan cada vez más y más pesados. Es como si tu cuerpo aumentara de peso o llevaras una gran carga sobre tus hombros. Observas el techo raído del pasillo principal pero solo distingues una nube gris sobre ti y luego sientes tres gotas que rebotan sobre tu nariz. Son las goteras que caen del techo, el cual no ha podido ser arreglado por el conserje.
El recuerdo de Sara se diluye a la vez que colocas el litro de cerveza sobre la mesa. El conjunto de envases ahora se compone por seis elementos y está a punto de unirse al de cigarrillos.
Este es el momento crucial para que tus vecinos inicien el plan de conquista mental, por lo que ni cortos ni perezosos irrumpen en el silencio para recapitular la jornada. Entre broma y broma comienzan a burlarse de tus sentimientos
Al principio intentabas esquivar las críticas lanzadas por el quinteto e incluso te atrincheraste en el sillón rojo, al centro de la sala, gozando de tu refugio etílico. Ahora has hondeado la bandera de la derrota, las barricadas mentales fueron destruidas, dejándote indefenso ante la autodestrucción.
Las estrellas citadinas iluminan los pasos de las personas que observas desde el balcón. Es un ventanal sencillo: Un marco de madera, dos plantas casi muertas, unas cuantas rocas que trajiste de alguna expedición a cualquier volcán y colillas de cigarros alrededor.
Cada persona parece ser FE-LIZ.
–Míralos. Todos tan perfectos— Te indica la tercera voz— No tienen problemas, rechazos, arrepentimientos…
Observas a las personas que caminan despreocupadamente por el bulevar frente al edificio, mientras meditas en las últimas palabras expresadas por la voz chillona de Larry. Arrepentimiento. ARREPENtimiento. ARREPENTIMIENTO. Dibujas el rostro de Laura en cada una de las mujeres que desfilan en la pasarela de tu cuadra.
Pietro, la primera voz que apareció en tu mente hace dos años, le roba el micrófono a Larry para torturarte y señalar los recuerdos más dolorosos. Laura, hablemos de ella. Con su voz grave y madura, se dispone a narrarte cómo fue que ella arruinó tu vida.
Te alejas del balcón para sentarte en el sofá y sorber lo último que queda en la sexta botella cerveza. La sala se compone por una mesa redonda, una librera y tres sillones de los cuales el rojo es tu favorito. El apartamento es pequeño. Una sala/comedor, un baño sin puerta, la cocina, tu habitación y un espejo de dos metros por uno de ancho que venía incluido en el contrato y que, probablemente fue abandonado por un inquilino previo.
Desde tu asiento pareciera que la habitación se agranda cada vez más. ¿O eres tú el que se hace más pequeño? Ya no perteneces a este lugar. Es evidente que sin ella a tu lado no puedes continuar dentro de la sistemática normalidad.
Añoras los años escolares en los que Laura fue tu cómplice de travesuras y a la vez el amor de tu vida. Ese destello tornasol que alegró tu vida, inundándote de sonrisas, cartas, berrinches, placeres y un frágil amor.
Todas las imágenes se agolpan una tras de otra para conformar el filme interactivo con tu memoria. Así, aparece ella cuando la viste por primera vez en una kermesse. Ya la habías visto antes entre todas las estudiantes, pero no habías notado su particular personalidad sino hasta ese sábado al medio día. Ella presumía ante sus amigas un vestido casual amarillo y lucía el cabello suelto, pero luego se lo recogería para espantar al calor dentro del gimnasio del colegio, mientras bailaba contigo y disimulaba su nerviosismo entre las vueltas y la música.
Pocas semanas después ambos se rindieron ante las hormonas y dieron paso a la relación más intensa que has tenido. Ella era, en ese momento, la mujer de tu vida, con quien te escapabas entre los pasillos de la biblioteca, compartías sueños y construías futuros utópicos.
Pero la realidad siempre golpea y se cuela entre las burbujas de ensoñación que rodean a los enamorados. Una noche de arrebato pasional los condujo hacia aquella clínica clandestina, donde, según fuentes fidedignas, todo salía más barato y sin peligros. Permaneciste en una improvisada sala de espera mientras ella estaba en la habitación contigua, armándose de valor para desprenderse de una vida no deseada. En una de tantas clases de biología, alguna maestra les había hablado a las alumnas sobre el peligro de este tipo de operaciones. Pero ni la ley del desapego, los mantras memorizados con devoción o tus palabras de amor, pudieron servirle de consuelo o como una vía de escape para estar ajena a lo que sucedería a continuación.
La respiración profunda fue su única anestesia durante los pocos minutos que duró el procedimiento quirúrgico.
Listo. El problema había sido removido de su cuerpo. ¡Si tan solo fuera así de fácil!
El siguiente punto en la agenda era caminar cinco pasos hacia una minúscula oficina, donde debías cancelar la segunda mitad de los 150 dólares que previamente habían sido cotizados.
Se alejaron de la clínica, jurando nunca más regresar y prosiguieron su vida como si aquello había sido una mera pesadilla o un deja vu, el cual se ignora cambiando de tema en la conversación, aunque su sombra siga presente.