La madrugada del sábado 9 de julio de 2011 no fue una como todas las demás. El sueño se me quitó de repente cuando vi un mensaje en mi celular: “Vos durmiendo y Guatemala convulsionada, mataron a Facundo Cabral en el Trébol! Ahorita“. Atontada por la somnolencia, me acerqué a un televisor y ahí estaban las primeras imágenes de una noticia que no podía terminar de creer. Fue ese tipo de eventos que nunca te imaginas que puedan pasar y una especie de vergüenza se comenzó a apoderar de mis movimientos. Sentí una pena inmensa por mi país. Cualquier ápice de autoestima que pudiéramos tener, nos lo arrebataron en ese brutal ataque. Vulneraron las garantías de vida de un defensor de la paz y un ciudadano mundial. Hoy, a menos de una semana del hecho, las investigaciones arrojan sorprendentes y prontos resultados. Los órganos de investigación sí buscaron las imágenes en las videocámaras ubicadas en los sectores aledaños y, oh sorpresa, ya hay dos capturas. Si esa eficacia se aplicara a los cientos de asesinatos al año, los delincuentes quizá no se habrían animado a cometer el crímen de esa manera porque hubieran tenido un disuasivo.
Pero en ese momento, la incertidumbre y la congoja eran las sensaciones más latentes. El embajador argentino intentó consolarnos al decirnos: “No podemos culpar a los neoyorquinos por la muerte de Jhon Lennon. Los guatemaltecos no mataron a Facundo Cabral”. Pero eso no me podía quitar la vergüenza. Es cierto que no debo avergonzarme por los malos hechos de otras personas. Pero sí me da una una pena enorme mi país con cero garantías. Me avergüenzo de la falta de liderazgo; de la dejadez y de la manera en que todos nos hemos acomodado. Claro, todos nos indignamos en el Twitter o Facebook y pedimos cambios, nos reimos de aspirantes a presidentes o candidatos a alcaldes. Pero, y después? ¿Qué estamos haciendo en nuestro verdadero campo de acción: La vida real?
Ese fin de semana tenía asignada una cobertura a un festival de arte que pretendía revitalizar un espacio urbano tras convertirse en cuna de bares, peleas, balas perdidas y una cultura durmiente. Quizá fue mucho pedir que al llegar yo esperara un moño negro y un pronunciamiento oficial porque el tema del evento Todos 4rte era “Así queremos vivir”. Promulgaba un espacio de convivencia pacífica, libre locomoción, respeto a la vida y expresión artística. Entonces, mi razonamiento fue: Si hoy amanecemos con esta noticia, esto es importante. Basta ya. Así ya no queremos vivir. Seguro algo dirán… El mundo se conmociona desde la madrugada y aquí algo debe suceder.
Es de aplaudir la iniciativa de una muy buena amiga que se movilizó para ir a buscar a dos trovadores de reconocida trayectoria y organizar un tributo al final de la tarde, como parte del festival. La nota sobre ese emotivo tributo la pueden leer en este link: Entonan tributo de despedida. Pero junto con eso, esperaba un planteamiento más contundente y algo acorde al tema del festival, que por cierto, por ratos me pareció superficial.
La hipótesis anterior la comprobé al escuchar el comentario de una persona que decía: “Logramos que a la gente se le olvidara algo tan negativo como lo de Facundo Cabral porque estuvimos en un espacio pacífico; lejos de la violencia y la política”. Aunque apoyo que todos debemos luchar por alcanzar un país seguro y sin violencia, no creo que eso se logre viviendo en una burbuja. Esa fue la sensación que me dejó ese comentario y la experiencia de caminar por las instalaciones del evento. No me malinterpreten, creo que se rescatan varias obras de los artistas que a mi parecer, transmitían mucho más la idea del festival, que el evento en sí. También ciertas estampas, tales como las de tres agentes de la PNC entrando a una galería para ver pinturas. No discuto eso. Pero también supe de una artista a la que le robaron una pieza que instaló al aire libre . (Para leer la nota hagan click aquí)
¿Cuál es el discurso de fondo que llegó a los asistentes? No es posible abanderarse con el arte cuando, a mi parecer, los organizadores no tienen conciencia o noción de lo que pasa alrededor y sus dimensiones. Sería algo así como poner los pies en la tierra. ¿Cómo esperamos un cambio si generamos burbujas de Aquí todo está bien? Muy bonito poner stands ecológicos o pedir material de desecho para reciclar. Chilero ver a los niños haciendo esculturas con botellas de plástico y calidá leer mi poesía el domingo por la tarde. Pero si no hay un sustento de fondo, se queda en una iniciativa del montón. En un distractor como los partidos de fútbol. En un marketing para levantar un área donde ya no hay ningún local comercial porque la gente dejó de llegar. Ahora planean colocar apartamentos cercanos y generar un lugar de desarrollo tecnológico.
Guatemala sigue convulsionada y lo más seguro es que permanezca de esta manera. Una amiga me preguntaba qué pensaba y esto forma parte de todo lo que me ha pasado por la cabeza, a partir de ese fin de semana. Sigo sintiendo indignación porque al presidente le preocupe investigar un caso de alto impacto para no quedar mal internacionalmente. Cuando hay muchas muertes que quedan en la impunidad y el olvido. Si se usaran los mismos recursos de inteligencia, otra sería nuestra historia.
Tenemos que despertar. Aunque no podemos investigar nosotros o ir a limpiar todas las instituciones para sacar a los corruptos, podemos propiciar un cambio en nuestro campo de acción. Ser más conscientes y tener un juicio critico. Salir de nuestra burbuja de confort y construir desde donde podamos, un lugar mejor. Evangelizar o ser motor de cambio. Ser valientes y seguir el modelo de vida de alguien que se atrevió a vivir con amor y a dejar ataduras. Ser coherentes con lo que profesen y dejar las tintas medias. Evitar la corrupción y la mediocridad donde estemos. Exijir, pensar, juzgar, señalar. Despertemos todos juntos.