El día que llegué estaba lloviendo en la ciudad y el sol no se asomaba por ningún rincón. La primera impresión fue la de una ciudad gris, pues los grandes ventanales de los edificios reflejaban los nubarrones. Era un viernes por la tarde y la hora pico estaba empezando. Después de resolver algunos papeleos burocráticos en el hotel, me dispuse a trabajar y conocer los lugares que el itinerario tenía preparados para nuestra visita. Los recorridos fueron muy bonitos y pude conocer de cerca algunos hoteles dirigidos a jóvenes empresarios. Lo que me llamó poderosamente la atención fue el contraste que había entre la zona hotelera y el resto de la ciudad. El casco histórico está en reconstrucción y la mayoría de edificaciones es del estilo antiguo. Con mucha influencia estadounidense pero clásica. Imaginen las casas del sur de Estados Unidos con grandes balcones y coloquenlas en una época panameña. También hay varios edificios de apartamentos más sencillos y con la pintura descascarada. A ninguno le falta el aire acondicionado o la ropa tendida en los balcones. Imagino que varios de quienes trabajan en los grandes hoteles han de vivir en estos edificios en los suburbios, que dicho sea de paso, son similares a las colonias chapinas.
En el itinerario se había destinado una tarde entera para ir de compras. Ya había escuchado que Panamá es el mejor lugar para ir a comprar y obtener artículos a precios increíbles. Así que la última parada fue en un centro comercial con decenas de tiendas de marcas internacionales y otros almacenes más sencillos pero en los que abundaban extranjeros comprando ropa al costo o accesorios a $2.99. No voy a negar que me gusta comprar. Pero creo si fuera comerciante quizá me hubiera emocionado más ir a encontrar esas gangas en el Mall. Después de dos horas en el lugar, ya me sentía un poco desesperada y aburrida. Había demasiada gente en todos los lugares y me di cuenta que en realidad, no necesitaba nada de lo que ahí me ofrecían. Reduje mi lista de intereses a tres objetos que tenía la intención de comprar en mi país pero como los vi más baratos ahí, los compré. Después decidí caminar hacia la puerta y esperar a la persona que nos llevaría de regreso al hotel. Recordé que aquí en Guatemala los centros comerciales también se llenan hasta su máxima capacidad durante un fin de semana. Son ese escondite urbano para soñar con otras vidas y un estatus que siempre vamos a querer alcanzar. Tanto en Panamá como en Guatemala, se ve a los malls como el éxito comercial y urbano que congrega a personas durante horas.
Mientras regresaba al hotel, Raúl me preguntó qué me había parecido el viaje y si había comprado muchas cosas. Le comenté que me había aburrido y que ir a pasear a un mall no es mi idea de turismo. Quizá en otra oportunidad viaje para conocer galerías de arte, museos o locales de artesanías. El piloto Raúl estuvo de acuerdo conmigo y me comentó que a los guías turísticos pareciera darles un poquito de pena el hablar de la Panamá de verdad. Esa que viven los panameños trabajadores, que madrugan y ríen o lloran como todos. Me contó que él vivía en uno de los suburbios y que cuando le toca acompañar a grupos de turistas escoge transitar por las calles residenciales o poco favorecidas. Esto para que quienes viajemos en el bus podamos ver por unos segundos a la ciudad que se esconde detrás de los imponentes edificios. La ciudad crece a un ritmo muy favorable, lo que ha permitido que la zona bancaria y hotelera se expanda. Hay varios proyectos en construcción, por lo que no sería de extrañar que el paisaje cambie repentinamente.
Antes de que terminara el día decidí escaparme por unos instantes hacia la Avenida Central, que es una avenida peatonal en la que se ubican comercios. La guía que viajó con nosotros no me dio muy buenas referencias del sitio, los botones del hotel me aconsejaron que no me asomara. Incluso el taxista me preguntó si no prefería ir al Mall. Pero yo estaba determinada a ir a caminar por la Avenida Central. Y… Lo hice. Pero por pocos minutos. Ya era algo tarde y como era domingo, no había muchos locales abiertos. En algún momento fue una avenida peatonal como la actual Sexta Avenida del Centro Histórico guatemalteco. Ahora está muy descuidada y, según me comentaba el taxista mientras caminaba unos metros por el lugar, si se le pusiera más atención al sitio, se podría convertir en un punto turístico importante. Cuando íbamos de regreso, el taxista pasó por otros sectores y compartió algunos detalles sobre la ciudad. Me recordó mucho a las calles más desatendidas de la zona 1, cerca de la terminal de autobuses en la 18 calle. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos en el mercado de mariscos y los altos hoteles me recibían de nuevo. Ahí donde el aire acondicionado te hace olvidarte del calor húmedo que impera en el ambiente.
“Los latinos son quienes más se interesan en ir al Mall que los europeos o americanos”, aseguraba nuestra guía en uno de los recorridos. Por dentro yo luchaba en contra de ese instinto consumista que nos inculca la sociedad. Es muy fácil cruzar esa delgada línea entre el placer de comprar y el abstenerte porque en realidad, no necesitas nada de lo que te ofrecen. Me parece que, al menos en esa parte de la ciudad o enfoque turístico, se promueve demasiado el consumismo. La estadía se te va entre escaparates, compras y más compras banales. A menos que sean comerciantes emprendedores que saquen adelante su negocio con mercadería panameña y aprovechen para invertir bien su dinero.
No vi artesanías pero sí algunos accesorios en el Mall que estaba frente al hotel. Tomé uno con la leyenda de Panamá y guardé en mi corazón los amaneceres frente al mar o las conversaciones conmigo misma y el paisaje. Es muy difícil, si no imposible, conocer un país durante cuatro días. Sobretodo si participas en los tours para extranjeros. Quizá esa misma burbuja sea la que vean los “gringos” cuando caminen por la Antigua Guatemala, observen de lejos el Palacio Nacional o escalen las ruinas en Petén. Nuestros países se convierten en un paréntesis para quien solo viene de paso a cerrar un negocio y a distraerse de la cruda realidad que le toca afrontar cuando regresa a su país de origen.
De una u otra forma, este viaje lo agradecí desde el alma. La vida sigue y esos instantes se fueron pero permanece el sentimiento. Es por eso que confirmo que la máxima inspiración diaria proviene de saborear cada momento porque el tiempo transcurre como agua entre los dedos. Gracias Panamá.
La crónica completa publicada en Magacín pueden leerla aquí: http://www.s21.com.gt/musica/2012/05/27/una-ciudad-playa-musica-calor
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