Opinión

Reflexiones desde la ventana



Son las nueve de la mañana y voy camino al trabajo. Pasé por algunas cuadras en las que las bandas escolares desfilaban muy emocionadas al ritmo marcado por las batonistas y sus dirigentes. Luego avancé hacia el Obelisco y por aquí he estado desde hace algunos minutos. La cola no se mueve y del otro lado del bulevar pasan varios jóvenes corriendo detrás de antorchas que llevan el fuego patrio. Reconozco que me dan ganas de llorar al verlos correr con tanto entusiasmo. Ahí van con el amor patrio quemándose en segundos. Pasan como pequeñas estelas de ilusión con destino a cualquier pueblo de Guatemala.

La cola continúa avanzando y detecto a algunos adultos que también van corriendo con su antorcha. Posibles oficinistas que tuvieron un día sin rutina al apuntarse en la caravana de la antorcha. Los gorgoritos se multiplican y se diluyen entre las bocinas de los conductores que vamos tarde a la oficina.

Mi pensamiento regresa a los jóvenes que van corriendo por las carreteras del país. Probablemente no tengan mayor espíritu cívico y en algunos años deberán toparse con la realidad laboral de Guatemala. Comprenderán por qué es que el dinero no alcanza en casa y de seguro evitarán involucrarse en proyectos cívicos democráticos. Cada cuatro años votarán por los mismos políticos de siempre; los más populistas o los que mejor propaganda realicen en la cuadra. Muchos de ellos serán de esos que se rigen por la cultura del “vivo” y no respetan a los demás al doblar las leyes a su antojo. Quizá compren cosas robadas porque les sale más barato. No estarán acostumbrados a leer y muy pocos ganarán el examen de admisión en la universidad. 

La sombra de la realidad me conmovió aun más. Demasiada ternura junta en un puñado de muchachos que van corriendo detrás de una antorcha bajo la lluvia. Sí, ya empezó a llover y la cola no se mueve. Demasiado querer soñar con que todavía es posible hacer algo y que los extremos fatalistas no nos llevan a ningún lado. ¿Y qué pasa con los adultos que ahora van con su respectivo fuego patrio? Será que ellos sí son ciudadanos Clase A y no se dejan llevar por las excusas de la “hora chapina”, evitan colarse en el tránsito sin pedir vía y no piensan en saltarse alguna que otra ley para obtener un beneficio.

Trato de no enojarme mientras estoy estancada. Al fin y al cabo, vivo en un país con este tipo de tradiciones y yo escojo cómo quiero pasar mi día. Contengo las lágrimas y trato de soñar con que estos muchachos son la esperanza. Que la educación que están recibiendo va a ser la adecuada. Que los guatemaltecos podemos involucrarnos y hacer bien nuestro trabajo. Que el amor a nuestro país no solo se traduce en correr con la antorcha o memorizar el himno nacional. Que la hora chapina será solo un mito. Que ningún conductor se las llevará de listo y se colará más adelante, ocasionando más congestionamiento por su abusivez. Que podré llegar al semáforo sin miedo a los motoristas, a ser asaltada o a no regresar a casa. Que las cifras de violencia disminuirán y los diputados trabajarán. 

Regreso a mi realidad. Lo que sí puedo hacer es llegar a tiempo a mi trabajo y mandar los documentos que debo concluir hoy para que se impriman las revistas. Cumplir con mi trabajo e incidir en el metro cuadrado. Me alejo del Obelisco y llego al parqueo. Los gorgoritos son un murmullo y las bocinas se escuchan a lo lejos. Ahora me esconderé en un cubículo y esperaré que por la tarde el regreso a casa no sea tan pesado.




Foto: Siglo 21

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