Ella tiene 22 años y sueña con poderse inscribir en la universidad para estudiar un profesorado. Quiere reunirse con un familiar en Estados Unidos pero sus padres no le han dado permiso porque es mujer. Las demás chicas de su edad invierten su tiempo en los telares artesanales de la región y en unos talleres impartidos por la Asociación Paz Joven Guatemala. Gracias a estos encuentros ellas se han familiarizado con los conceptos de enfoque de género y la lucha por la no violencia contra la mujer.
Fue gracias a esta organización que conocí a Cata, pues en noviembre tuve la oportunidad de impartir un taller sobre la Comunicación Comunitaria y la Radio. En esa oportunidad me enfrenté a un grupo de mujeres deseosas por aprender pero demasiado tímidas para preguntar. Ella fue la única que no se quedó callada. Tenía la mirada de esas personas que meditan la información que reciben para luego lanzar una pregunta al aire. Sus inquietudes iban enfocadas al desarrollo de la comunidad. Le inquietaba la idea de hacer un programa en el que se le enseñara a la población a hablar español, pues su idioma nativo es el Quiché.
Decidí dedicarle un post porque me enseñó a abrir más los ojos. Verán, el problema de ser una mujer originaria del área urbana, es que ese entorno puede encapsularte en una burbuja. Sabemos que hay otras poblaciones y que Sololá es el departamento donde está el lago Atitlán o que en Panajachel y San Pedro la Laguna son los mejores lugares para ir de vacaciones. Pero muy pocas veces amplíamos la burbuja hacia las realidades paralelas. La de Cata es la de una nueva generación de mujeres que cobra más conciencia sobre sus derechos. Que quiere replicar sus conocimientos en un pueblo donde los varones se dedican a la agricultura o emigran en búsqueda del sueño americano. Su hermano es un agente de la policía que vive en la capital y además es el orgulloso dueño de una tortillería. Su familia es integrada por 9 personas y dos de ellos viven en Estados Unidos. Es gracias a las remesas que puede atreverse a soñar con un título universitario y que puede darse el lujo de desatender los telares de su madre para dedicarle un día al taller de comunicación.
El día que conocí Nahualá fue uno como cualquier otro. El pueblo se alistaba para la feria local. Los trabajadores municipales remozaban el parque y los más jóvenes se paseaban como fantasmas alcoholizados por todo el pueblo. Aquí los tumulos son del tamaño del mundo pero las jóvenes como Cata van más allá. No sé si logró inscribirse en la universidad o si logró convencer a sus padres para que la dejaran viajar con un coyote. De lo que sí estoy segura es que mujeres como ella son las que construyen un mejor futuro si cuentan con las herramientas necesarias. Y por eso la coloco en mi galería de los Extraños.