¿Recuerdas cuando los periódicos nacionales titularon sus portadas con el deceso de la elefante Mocosita?
La muerte de la popular paquiderma que residía en el Zoológico La
Aurora fue lamentada por muchas personas. Pero, ninguno se sintió tan
triste como Pablo Chicol. Su trabajo como Jefe del Departamento de
Jaulas le permitió compartir con la elefante durante sus últimos
instantes. Aunque han transcurrido cuatro años desde que falleció, su
voz se torna nostálgica cuando lo describe como uno de los momentos más
difíciles de su profesión. Su mirada se pierde entre los matorrales al relatar los acontecimientos: “Ya no podía permanecer en pie y buscábamos algo para que no estuviera bajo el sol. La situación empeoró en la noche y al día siguiente nos llamaron para darnos la mala noticia”.
Afortunadamente el oficio de Pablo también le ha dado gratas
satisfacciones. Una de ellas ha sido poder velar por el bienestar de los
animales que maravillan al público. Hay detalles que pasan desapercibidos para los visitantes que se ríen
con las ocurrencias de los monos o se asustan al ver a los tigres.
Pablo está a cargo de un equipo conformado por 30 personas se encargan
de atender alguna emergencia o cerciorarse de que no les falte nada a
los inquilinos. De alguna manera el zoológico es su segundo hogar. Debido a que ha pasado la mitad de su vida cuidando a los animales de
este lugar, es capaz de reconocer sus estados anímicos y de recordar
los nombres de la mayoría de ellos.
Temprana claridad
Mientras hay quienes pasan toda la vida buscando su vocación, Pablo
al alcanzar la mayoría de edad, ya había decidido que se aventuraría en
el arte de cuidar animales salvajes. Tenía 21 años cuando empezó su
carrera como limpiador de jaulas. El primer reto que debió enfrentar fue
el aseo de los recintos de jaguares, osos, tigres, pumas y el de la Mocosita.
Pablo recuerda haber sentido mucho miedo al estar frente a frente con
la elefante. Respiró profundo y le habló con un tono de voz firme para
que le permitiera realizar la limpieza.
Sin imaginarlo, ese sería tan sólo el inicio de una entrañable
relación. Con el paso de los años, Pablo adquirió mayores
responsabilidades y aprendió a dominar el arte de la observación para
determinar si una especie se siente deprimida o alegre. Él se toma su
trabajo muy en serio, por lo que su imaginación nunca se detiene.
Además de la limpieza de los recintos, también debe buscar nuevas
alternativas para estimular a los animales. Es por eso que unas ramas de
árboles recién podados, pueden parecerle útiles para transformarse en
juguetes de los monos araña. También prepara helados o piñatas de carne o
frutas que luego son repartidos en jaulas determinadas. Pablo se
preocupa con especial esmero por cada uno de los animales a su cargo.
Confiesa que le gustaría que su hijo siga sus pasos, por lo que se hace
acompañar de él los fines de semana y lo involucra en la alimentación de
los animales más pequeños.
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Lecciones de un cuidador
Serenidad y pacienciaLa frase de Kaliman “Serenidad y paciencia, mi
querido Solin” se convirtió en su lema. Atender las emergencias diarias y
trabajar con animales que no pueden expresar lo que desean puede ser
abrumador para cualquiera. A eso se le suma el estar al frente de un
equipo de treinta personas que deben velar por el bienestar de cientos
de animalesLúdico enriquecimiento
Imagina que todos los días debes hacer lo
mismo y que no hay distracción de algún tipo. Lo más seguro es que al
cabo de una semana, termines aburrido o deprimido. Esa es la misma
lógica que Pablo aplica al cuidado de animales, por lo que procura
darles incentivos o juguetes que despierten su curiosidad.Respeto a los animales
Su espalda luce el recuerdo de una pelea entre dos
cebras. El macho atacaba a la hembra y justo cuando Pablo quiso
defenderla, este le mordió el chaleco. El incidente no fue tan grave
pero le recuerda que jamás debe confiarse de los animales. Un error
inocente puede ser fatal cuando las emergencias tocan a la puerta.
Este artículo fue publicado en la Revista Magacín de Siglo 21 (23/09/2012) Link: Un día en la vida de.
Fotografía de Andrés Vargas