Opinión

Con el riesgo de parecer cursi y anticuada…

El aroma del viento que despeina mi cabello me recuerda al ponche de frutas y a los tamales negros que prepara mi abuela.
El calendario marca la última semana de noviembre pero desde hace más de un mes los centros comerciales se han vestido de Navidad. Mis sentidos son atacados desde todos los flancos posibles. La propaganda busca imponerme una Navidad prefabricada: ventas pre-navideñas, descuentos en canastas navideñas, Santa Closes vestidos de azul… You name it.
Es incómodo no poder disfrutar plenamente del día de la independencia, halloween o el día de todos los santos. Tres días después del 1ero de noviembre, cuando todavía almuerzo fiambre, escucho villancicos transformados en anuncios publicitarios; los adornos navideños expulsan a los disfraces de halloween y a los embutidos de los pasillos en Hiper.
El verdadero sentido de la Navidad se ha perdido. Mis hermanos preparan su lista de regalos con dos meses de anticipación. Los personajes gringos invaden los jardines de mis vecinos. ¿Qué pasó con los pastores de Belén y los Reyes Magos? Hasta la nieve es un elemento decorativo…
La verdadera Navidad se celebra en nuestro corazón y, con el riesgo de parecer un poco cursi e incluso anticuada, me atrevo a afirmar que la Navidad es una fiesta religiosa muy alejada del consumismo de nuestra época. La Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús. Ese nombre no se escucha mucho en estos días. Pero es la fiesta de ÉL y no de los vendedores. Hace dos mil años nació “en la humildad de un establo*” una persona que murió por ser rebelde. No hablaré de que es el salvador o el Mesías sino como un hombre que tocó las yagas de la sociedad de aquel tiempo. Un hombre de hechos y no palabras. No fue un guerrillero que luchó en las montañas pero sí alguien que se pronunció en contra del sistema.
El 25 de diciembre celebraré su cumpleaños así como también el de mi mamá. Para ello intercambiaré unos cuantos regalos, quemaré uno que otro cuete, observaré las luces de Skyfire que se parecen a las de Campero y trataré de imitar aunque sea un poquito de su rebeldía.
Mientras ese día llega, lucharé por no caer en el consumismo
El aroma del viento que despeina mi cabello me recuerda al ponche de frutas y a los tamales negros que prepara mi abuela.

Lu-natika

* Catecismo de la Iglesia Católica

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